Pareja. Leonid Afremov
Existe en tu
cabello movido por el viento un aroma a sándalo etéreo
una
misteriosa complacencia de los días y los cómplices nocturnos que todo lo ven
leves astros
cruzando el reino de tus labios atrapados en mares contenidos en zodiacos
¿Quiénes somos
cuando nos alejamos de todos?
Una paloma
excluye el último paradigma de la lógica secreta dictada por los días
anacrónicos
peces y
golondrinas jugando la explicita tarde de soles rojos
y es que
existe en tu voz una armonía conjuntando el polvo del universo en una sílaba
como el
enjambre de abejas en la compacta realidad de sus ensoñaciones lóbregas y
abismales
como los
corderos y los lobos durmiendo juntos la noche de las noches antes del
sacrificio
como la
comparativa existencia del orden universal de las cosas y el discurso de la
maravilla
De las
alturas desciendes hasta los tronos marinos de los ríos que cruzan las
constelaciones
tirando de
los caballos áuricos fijando el norte en el estela de los nombres prehistóricos
y árcanos
guardando en
tus labios el fino sabor de las mandarinas de octubre
el cálido
elixir de las velas y el incienso que mana de las miradas encontradas en
nuestras manos
cósmicas platinas,
adoraciones y resurrecciones al pie de la letra y del alba que lo cubre todo
bajo el manto
rejuvenecido de los atardeceres perdidos en la nieve que avanzan lentos por mis
venas
por mis
neuronas y psicopatías que taladran el universo hasta la parte blanca, hasta la
medula
espacio
interespacial habitado por las pléyades y misericordias augustas de tus
manantiales
Pronuncio tu
espíritu y tu sombra como se hace con la luz antes de la creación
te me revelas
metódica, perfecta y sublime en el centro de los todos y las escaleras eléctricas
libro de tus
nombres y flores que guardas en la desnudez suave de tus misterios
fragilidad
conocida por mis manos y mis labios que cruzan marea hasta llegar a tu
encuentro
vienes a mi
llegada y me sacudo desde las raíces para apreciar el ardor de tus besos en mi
cuerpo
te nombro
treinta y tres veces y subo a las cúspides de la locura para entregarme a tu
hecatombe
apaciguas la
voracidad que se gesta en mis venas, la suave parsimonia de lo inminente
que no se
nombra porque no altera su orden en la nomenclatura estática del ahora y del
siempre
te prendes a
mi cuellos y hago de tus brazos tenues cerrojos que no quiero abrir nunca más
hasta que la
muerte deje de ser muerte y la vida se pierda volátil por los rumbos del ion y
el pleroma
hablar de ti
siempre implica hacerlo sin nombrarte porque irradias todas las cosas
como el agua
está en el agua, todos los caminos me condujeron a ti.
José J. González
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