Bienvenidos todos sean. Después de entrar ya no hay que mirar hacia atras.

sábado, 18 de febrero de 2012

Retando a Dios

Título: Retando a Dios
Sin colección
Técnica: Pastel sobre cartón
70 x 82

José J. González

La sombra que cayó sobre Inssmounth

Título: La sombra que cayó sobre Inssmounth
Sin colección
Técnica: carbón vegetal sobre cartón
70 x 82

José J. González

Música y baile 4

Título: Música y baile 4 (Dulce y sus sinfonías)
Colección: sobre los gustos del alma
Técnica: acrílico sobre cartón
45 x 89

José J. González

Música y baile 3



Título: Música y baile 3

Colección: sobre los gustos del alma

Técnica: Acrílico sobre cartón

22 x 65


José J. González

música y baile 2



Título: Música y baile 2

Colección: sobre los gustos del alma

Técnica: Acrílico sobre cartón

22 x 45


José J. González

música y baile 1




Título: Música y baile 1


Colección: sobre los gustos del alma


Técnica: Acrilico sobre madera


35 x 22




José J. González

domingo, 12 de febrero de 2012

Música de algún lugar

a Cat
a su hermosa música

Jacques: Voy a revelaros una gran secreto. Una secular astucia de la humanidad. Adelante es por todas partes.
Milan Kundera: Jacques y su amo


El estruendoso ruido de los camiones lo habían despertado antes de que él pudiera preguntarle su nombre. Siempre ocurría lo mismo; el tiempo y el espacio terminaban perdiéndose en incomprensibles metafísicas. Cuando abrió los ojos, borró de su mente la imagen de aquella mujer. Tenía que prepararse, por la tarde tenía que asistir junto con sus amigos a una reunión típica. Muchas cosas le hacían sentirse no-feliz, tuvo ganas de quedarse tirado en la cama todo el día, apagar el teléfono, cerrar la puerta y no hacer caso de la computadora. Se pasó los dedos por el rostro, pensó en cosas que ni él mismo comprendía enteramente. Alargó la mano hacia el buró, ahí encontró un ejemplar de alguna revista que por primera vez le publicó un cuento, malo por cierto. Sin ánimos la abrió y comenzó a leer.

La vergüenza le invadió cuando terminó su lectura. No podía creer que su prosa en aquel tiempo fuera tan torpe y lenta. Aventó la revista a un lado. Con lentitud se levantó, se sentó en la orilla de su cama. Se dio cuenta que la barba le había crecido de sobremanera. Junta a las tres, se dijo. Nunca se había sentido como ahora, una sensación de soledad le invadía todo el cuerpo, de inmediato trajo a su cerebro la figura de Holden. Él comenzaba a ser como Holden en su nimia y abstracta realidad. Junta a las tres, repitió para sí.

No sentía ganas de ver a Hanna. Desde hace algún tiempo había venido perdiendo el gusto por las cosas, situaciones, objetos e incluso por las personas. Una extraña manera de sentirse miserable le afligía el alma entera. Todo se manifestaba en una pesadez. Pensó en mandar todo al carajo. Todo. Se dio cuenta que en transcurso de aquel viaje que había emprendido desde hacía mucho tiempo, algo se le había perdido, algo que ocupaba un buen lugar dentro de él.

Cerró los ojos. Su mente completa se fragmentó en pequeñas sustancias de recuerdos. Aparecieron formas imprecisas en su universo. Las líneas, curvas y puntos que son propios de la imaginación de los suicidas le llevaron a evocar vidas pasadas. Toda clase de elemento conformador se le mostró en su forma más pura e indescriptible, pronto sintió que dejaba de habitar para estar. Apretó los puños con la fuerza de los condenados a muerte. Mantuvo los ojos cerrados hasta que todo fue albura. Estaba ya en su propio yo.

Junta a las tres. Todo se rompió. De súbito abrió los ojos. La oscuridad de su habitación le provocaba diversos fenómenos visuales. Observo con detenimiento uno de los cuadros que tenía colgado cerca de la puerta. Sí, aunque todo estaba lleno de penumbras, él podía ver con claridad aquel aberrante trabajo surgido de su poca entrenada mano.

Y esa música, se dijo con voz de susurro. Los sonidos suaves, ligeros, casi etéreos entraron en aquel espacio cubriéndolo todo de armonía. No era violín, ni nada parecido al producto de las cuerdas, esto era distinto. Cerró los ojos. Los sonidos se hicieron más fuertes. Su cuerpo experimento las vibraciones desconocidas de mandatos desconocidos.

Se levantó. Trató de buscar el origen de aquella música. Caminó de un lado a otro sin obtener respuesta. Todo ocurría tan rápida y sorpresivamente. Encendió la luz de la habitación. Comenzaba a ponerse feliz, su rostro daba muestras de ello, aunque al mismo tiempo aquellos sonidos provenientes de ningún espacio conocido le colmaban de nostalgia, de una nostalgia surgida por tiempos pasados, ahora ya perdidos.
Sonó el teléfono. Se lamentó no haberlo apagado desde hace rato. Bueno, respondió; la junta es a las tres, dijeron al otro lado. La música había desaparecido. Él confirmó su asistencia. Fue un “Sí, ahí estaré” impulsado por una fuerza extraña.

El tiempo pasó muy rápido. Apenas si tuvo tiempo para llegar a donde los demás. Lo que sus amigos dijeron que era una junta habitual resultó ser acumulación de personas. Le habían mentido, pero no estaba molesto. Cómo podría estarlo si en su mente sólo pensaba en los sonidos que no podía siquiera tararear.

Y todo ocurrió tan deprisa. Conoció a una linda mujer, su parecido con la mujer de sus onirismos era increíble. Sabía que el universo tiene juegos caprichosos y, quizá, éste era uno de ellos. Te estás divirtiendo, le preguntaron. Estaba a punto de salirse para tomar un poco de aire fresco cuando, de la nada, los sonidos comenzaron a surgir. Se paralizó de inmediato. Un calosfrío le recorrió toda la flauta espina dorsal.

Se dio la vuelta. Miró a la mujer que originaba aquellos sonidos etéreos. Poco a poco se fue acercando. Se sintió alegre, nostálgico, pero alegre. El universo le había traído hasta aquí, hasta ella. La vida para él tuvo un reinicio. Pronto se percató que en todo el día no había pensado en la partida que planeaba ejecutar al volver a casa. Aquella música le había rescatado de la caída. Nadie sabía de ello.

Volvió. Ahora tenía una gran deuda que cubrir. El universo, quizá, ya lo tenía preparado todo.

José J. González

domingo, 5 de febrero de 2012

parecido a un cuerpo puesto en desesperación

La contemplación de un cuerpo de mujer debe tomarse en pequeñas dosis para no malgastarlo, […] una mujer desnuda no debe ser una costumbre sino un acontecimiento.
Salvador Elizondo: Narda o el verano

El único problema de mamá fue habernos traído al mundo el mismo día, la misma hora.
Hace días que la puerta permanecía cerrada a todos. Nadie sabía lo que estaba ocurriendo allí dentro, en aquel microcosmos. El viento de la calle era frío y tempestivo, hacía que los árboles ejecutaran movimientos abruptos y descompasados. Los aullidos de un perro se combinaban con la música etérea de una naturaleza arcana.
Durante todo aquel tiempo la gente permaneció sentada, como si la inmovilidad fuera un accidente más agregado a su persona. Las decenas de miradas permanecieron silenciosas y atentas a la menos alteración que se operara sobre aquella grande, tosca y horrida puerta de madera. Sin lugar a dudas, esperaban que ella saliera para dar inicio a la ceremonia fúnebre que ya se había atrasado muchísimo. La última despedida se había prolongado días enteros, pero nadie se atrevía a hacer nada.
Adentro todo se desarrollaba diferente; ahí el tiempo parecía no correr, el espacio parecía ser un algo suspendido. Las parafinas que desde la entrada de ella se habían encendido aún se conservaban como nuevas. La opaca llama llenaba de cierta calidez el cuarto, y la luz que se producía de ella, bañaba de un color vivo aquel cuerpo tendido en la cama.
–Sabes, hermana, lo único que nos hacía diferentes es aquel pequeño lunar –con el índice señaló la dirección escondida de la secreta mancha diminuta–. Fuera de eso, las dos siempre éramos la una o la otra ante los ojos de los demás.
El cuerpo desnudo de ella era como una flor en el agua; la blancura de su cuerpo joven le daba cierto aire de terrible sensualidad. Su cuerpo joven, esbelto y delicado era como el tesoro de grandes dioses cósmicos. Sus labios entreabiertos eran una invitación a probarlos para no encontrar nunca un punto de saciedad. El pelo algo rizado le llegaba a cubrir pesadamente el derecho seno hermoso, el seno de Venus.
Ella comenzó a palpar con cuidado y precisión maestra cada uno de los rincones de aquel cuerpo tendido. Comprobó la piel suave del abdomen. Acarició cada uno de los dos pezones con la dulzura del amante. Luego se tocó a sí misma. Se descubrió en la hondura de su sexo; se dio cuenta que, después de todo, estaba húmeda. Un calosfrío le recorrió toda la columna vertebral, esto hizo que su cuerpo se arqueara en una deliciosa forma. Tocó los muslos de ella, permitió que sus manos frías se llenaran de millones de sensaciones indescriptibles. Poco a poco fue dirigiendo sus caricias a ese par exquisito de nalgas. Su rostro comenzó a dar evidencias del más placentero éxtasis.
Un leve sonido estertóreo inundó la habitación. Las llamas de las parafinas centellaron como no lo habían hecho. La boca de ella probó la carne de aquel abdomen plano y aun firme; olfateo vorazmente el espacio existente entre los senos; avanzó hacía el cuello y el mentón, simuló besarla. Con la punta de los dedos tocó aquel par de mejillas divinas. Siempre mantuvo los ojos cerrados para que aquella explosión sensorial fuera aún más grande y maravillosa.
Las parafinas se apagaron; hubo silencio, mucho silencio. Afuera todos seguían esperando que la puerta se abriera.
–Oye –se escuchó un murmullo–, quién de las os fue.
–La del lunar, según me dijo el doctor que la atendió –y agregó–: ¿No la recuerdas?
Cuando aquella voz de murmullo estaba a punto de responder, la puerta se abrió. En el umbral, la figura femenina, desnuda, esbelta, alta, terrible aparecía como acabada de despertar del más horroroso de los sueños. Nadie movió un solo dedo. Ella caminó lentamente hasta el centro de la sala. De inmediato las decenas de miradas se posaron sobre su rostro y cuerpo. Algunos hombres la observaban con lasciva, mientras que otros con lastima y curiosidad.
La anciana, la única de toda la gente reunida, corrió a ponerle una manta para cubrirle. Y como si todos despertaran de un trance hipnótico, se levantaron de las sillas y caminaron apresurados hacia la puerta recién abierta. La luz de la sala iluminó de inmediato aquella oscura habitación. La anciana fue la primera en entrar, dio la orden de preparar el féretro para meter aquel cuerpo que se hallaba tendido sobre la cama.
Una mujer robusta entro con la caja; los hombres fueron retirados. Sólo la anciana y la mujer permanecieron allí para vestir aquel cadáver de durazno. Pero fue tal la sorpresa que se llevaron cuando tocaron la piel de ella y aún sentirla tibia, tibia como la del ser humano vivo que hace poco ha dejado de estarlo. Ambas se dirigieron una mirada que dejaba ver el miedo de cada una. La anciana se apresuró a buscar el lunar. El horror cubrió cada centímetro de su ser al comprobar que aquella diminuta mancha no estaba donde se suponía que debía de estar.
La anciana miró, con ojos casi apagados, aquella figura femenina que se encontraba en el suelo de la sala absorta de toda realidad.

José J. González.