Bienvenidos todos sean. Después de entrar ya no hay que mirar hacia atras.

domingo, 11 de diciembre de 2011

El horror que surgió del suelo

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Noticia de última hora. Hoy, once de diciembre de dos mil once, se ha registrado un temblor de seis punto cuatro grados en la escala de Richter en punto de las siete cuarenta y siete de la tarde…
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No puede morir lo que yace eternamente… fue lo último que le oí decir a Hank cuando aquello sucedió. Yo me temía tal resultado desde los primeros años que iniciamos todo, sabía que nada bueno podía salir de nuestras osadas investigaciones; nuestra curiosidad nos llevaba a querer buscar lo que nunca tendría que buscarse, lo que nunca tendría que haber sido despertado. Yo sabía que todo esto pasaría; ahora Hank ha dejado de habitar en nuestro plano, yo, mientras tanto, salí corriendo como un cobarde para no sufrir la misma suerte.
Pero, apenas un día después de lo acontecido, siento que en cualquier momento vendrá por mí; escucho el sonido de las flautas surcar el aire que me rodea, es el mismo sonido que escuché el día anterior.
***
Yo le había dicho a Hank que no fuera más allá, que estábamos llegando a un punto crucial y peligroso en lo que estaba haciendo. Él no me escuchó, siguió en la elaboración de aquellos extraños símbolos, yo cada vez me llenaba de más miedo. Desde la llegada de aquel “viejo y raro libro de olvidada ciencia” todo alrededor de nosotros había adquirido una atmosfera sombría. Presentía que nada bueno saldría de aquellas roídas páginas.
Empezaba a temer por la salud mental de Hank, pues fue él quien sufrió más los efectos de ese maldito libro; se volvió más callado, cierta paranoia le asaltaba sin razón alguna, sus nervios se iban destrozando conforme los días avanzaban; a veces hablaba en una lengua desconocida con sonidos que la garganta humana simplemente no podría articular
Muy seguido se perdía en una especie de viajes cósmicos; él aseguraba que más allá de nuestros tiempos, más allá de los curvas y líneas que conformaban el universo, existían seres que habitaban fuera de toda palabra, formas que ni el sonido podría describir. Muchas veces Hank se esmeraba en dibujarlos, pero siempre terminaba haciendo puros rayones sinsentido.
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Dos semanas antes de aquel día Hank había venido realizando en su cuaderno un sinfín de fórmulas matemáticas, que, según él, servirían para tener una comunicación directa con las entidades ubicadas más allá de las estrellas. Yo sabía que todo esto era una completa locura, pero de cierta forma comenzaba a entrar en su juego.
Por órdenes de él, renté un departamento en las afueras de la ciudad, lejos del bullicio e interrupciones. Hank, día y noche, se entregó a la ubicación de puntos espaciales; pintaba las paredes de extraños signos; me hiso cubrir con cemento todo tipo de vértice, porque por ahí podrían pasar seres indecibles y caóticos según sus palabras; su intención era atraer a Nyarlathotep para que nos revelara los secretos del universo, para que su conocimiento arcano fuera de nosotros a través del sello de Nabud.
*****
Todo estaba más que listo. Ya eran pasadas las siete de la tarde del día once de diciembre, cuando Hank se dispuso a recitar una extraña fórmula; movía los brazos a todas direcciones. Yo lo observaba, hasta cierto punto me encontraba escéptico, pues quería hacerme creer que esto no pasaría a más, pero algo dentro, muy dentro de mí, estaba inquieto, como si me avisara que cosas terribles estarían a punto de suceder.
Hank seguía en lo suyo. Yo, me ubiqué al lado de la puerta aguardando que todo concluyera. De pronto, toda la habitación se comenzó a mover de forma horrible. Él paró, ya está a aquí, dijo. Una extraña música de flauta inundaba el aire, provenía de puntos imprecisos, de lugares que no tenían espacio en la realidad humana. El suelo seguía moviéndose. Aquí está, volvió a decir Hank con un gesto de júbilo en el rostro.
Las paredes comenzaron a agrietarse, el cemento que previamente había colocado por las sacudidas cayó, los puntos donde se unían tres líneas quedaron al descubierto. La música se iba haciendo cada vez más fuerte. De una apertura en el suelo, entre mucho ruido, surgió una entidad indescriptible, hablaba la misma lengua que Hank utilizaba en algunos trances. Mis ojos se llenaron de horror cuando vi que Hank estaba siendo devorado por esta creatura. Lo último que le escuche decir fue que no puede morir lo que yace eternamente.
Abrí la puerta y salí corriendo desenfrenadamente. Después de lo que presencié hasta hoy, no he salido. Estoy seguro que aquella forma informe se marchará al lugar al que pertenece cuando me atrape, no pienso darle el gusto.


José J. González


Cuento escrito el día 11 de diciembre de 2011


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domingo, 4 de diciembre de 2011

Visita incomoda

Todos los escritores son uno perfectos imbéciles. Por eso escriben; quiero decir que escriben cosas porque no las entienden
(Bukowski)




La tarde caía lenta; a lo lejos podía adivinarse el vuelo torpe de una parvada de patos silvestres; algún viento frío comenzaba a correr como presa de un miedo. Los perros de vez en cuando ladraban a la luna que comenzaba a salir en su más grande y roja forma. El árbol se mecía guiado por la música de la naturaleza. Mientras tanto, dos o tres rocas permanecían inmóviles como desde siempre.
–¿Acaso no siente usted el frío? –Preguntó un vecino al percatarse de mi presencia–, va a pescar un resfriado –agregó.
–Hola –me apuré a decir–, usted no se fije, ya estoy pronto a entrar a casa.
–Eso es bueno; ahorita como se disfruta algo caliente en las entrañas–. Entrañas, a quién se le ocurre utilizar tan fea palabra en una conversación; sólo a alguien sin cerebro o a algún tipo que carece de un repertorio más amplio.
–Si verdad –respondí.
Aquel tipo que decía decirse mi vecino empezó a caminar hacía donde yo estaba; en aquel momento no tenía que decir palabra alguna para evitar su intrusión en mi hogar. Lo cierto es que el frío era soportable, y por tanto no era para exagerar como lo hacía este sujeto.
–¿Cómo va esa novelita? –preguntó con cierto interés.
–Todo bien –tuve que contestar con desgana. No estoy acostumbrado a hablar sobre mis proyectos con gente que no lee.
–Me alegro; ya verá que cuando la publique se venderá como pan caliente.
–Como pan caliente. Eso espero –aunque a decir verdad nunca esperaba nada, me contento con el simple hecho de escribir y sentirme satisfecho conmigo mismo.
–¡Vamos!, pasemos adentro. Aquí hace un frío insoportable.
–Inmediatamente fui conducido por este molesto tipo al interior de mi casa. Cuando nos hallamos adentro él tomó asiento en mi sillón favorito; yo tuve que sentarme en la silla dura de mi mesa de trabajo.
–¿Cómo sigue Lizza?
–Bien, como siempre –poco soporto hablar de mi familia con extraños.
–Me da gusto –dijo sonriendo–, hace tanto que no la veo por aquí.
–Es que sale a trabajar, no es como nosotros que hacemos nada.
–Cierto.
–Espero terminar de escribir antes de que llegue; no creo que dilate –esperaba que entendiera la indirecta, pero el tipo se hacía el estúpido, o en verdad lo era.
–Ojalá y ya pronto esté el cafecito –dijo cínicamente– ya hace falta, ¿verdad?
Lancé una leve risa para evitar contestar. Me levanté de mi lugar y fui a la biblioteca; regresé con un grueso volumen de Proust. Cuando lo vio el intruso inmediatamente me lo arrebató y empezó a hojearlo como si comprendiera la más mínima palabra.
–¿Vaya!, mi hijo tiene un libro como éste –dijo como si todos fueran capaces de soportar quel tiempo perdido.
–Pues a su hijo si que le gustan las cosas difíciles.
Pronto escuché que el auto de Lizza entraba. Me asomé por la ventana para corroborar su llegada.
–¿Ya llegó Lizza?
–Sí, y yo he hecho nada.
–No se preocupe, si quiere yo le hecho una mano para que no se ponga furiosa.
–No hace falta –respondí.
Toc-toc.
–Ya voy –corrí rápido a la puerta.
–Hola; ya regresé –dijo Lizza con tono cansado–, vaya día. ¿Tú qué tal?
–Todo bien. Tenemos visitas –con un leve gesto señalé al intruso.
–Buenas noches
–Buenas noches –respondió Lizza.
Los dos nos sentamos en sillas duras; el seguía en el silloncito. Largo rato platicamos de cosas aburridas para ver si se marchaba, sin embrago nuestros intentos no surtían efecto.
–Lindo auto el suyo –dijo de la nada el vecino.
–Sí, ya lo creo.
–¡Señor, me permitiría hablar a solas con mi esposo! –Lizza sonaba sería, hasta a mí me dio miedo.
–Sí, claro que sí. Yo me retiro –se levantó del sillón.
–Ande pues –dijo Lizza.
–Sí, está bien –contesté yo.
Cuando escuchamos que cerró la puerta abracé a Lizza. Ella enseguida se fue a dormir mientras que yo trataba de buscar el tiempo perdido.




José J. González



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viernes, 2 de diciembre de 2011

Retrato introspectivo[*]

Pensar sobre las cosas que se eructan a sí mismas es un tanto desagradable, sin embargo la inalcanzable e inacabada existencia de los entes contemporáneos se albergan en las alas de este pequeño descenso. Hace algún tiempo emprendí un pequeño viaje, tal cual burbuja me dejé navegar, y es literal mis pies se movían al compás de las olas de tierra. Fue fácil clavar mis pies en la inmensidad del espacio; para aferrarme a seguir. Estaba acostumbrado al movimiento abrumador y terrestre, el mecanismo de mi burbuja comenzó a fallar, dejó de rebotar y se detuvo. Estuve un instante en la superficie de un mar. Cuando decidí emprender dicho viaje arrojé una pequeña libreta en mi pequeño equipaje, con todas las hojas blancas aún, me disponía a escribir las visiones de las que hasta ahora había sido un buen y fiel testigo, sin embargo algo incomprensible sucedió al margen de mi espacio, una enorme ola del truculento mar, aparentemente en calma, se vino sobre mí, no tuve tiempo ni de respirar, ya estaba en el fondo, había dejado de flotar, y aunque la densidad del agua luchaba por expulsarme, la burbuja parecía estar hecha de un material magnético que se aferraba a sujetarse en el fondo de la inmensidad acuática. Me volví a olvidar de mi pequeña libreta, me encontraba experimentando millones de millones de imágenes aferradas en mi vista. Algo me decía que era el camino correcto aunque yo nunca hubiese elegido seguirlo, quizá era el destino; pero eso aun no lo sabía. Tengo miedo, mi espacio todavía no explota ni se derrite, me ha dejado respirar y aunque soy testigo de los sucesos acuáticos he comenzado a sentir soledad. Trato de escribir pero… he olvidado… la tierra.

Susana Santos Mateo



[*] Titulo tomado de un cuento de Juan K. Saiset. Originalmente se llamaría “El viaje” otro título de Juan k. Saiset que a la vez él tomó de Julio Cortázar

Cuento escrito el día 25 de noviembre de 2011

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