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sábado, 25 de diciembre de 2010

Volver a donde se comenzó

Llenaré la habitación con espejos
Así evitaré encontrarme solo,
Así podré olvidar tus manos,
Tus brazos,
Tu rostro,
Tus labios,
Tus besos,
Ora me duelo,
Ora me aflige en el alma una punzada,
Ora me pienso en mi intima soledad:
En aquel espacio, en aquel hueco
Que esperaba que los dos pudiéramos llenar.

Y al final todo se queda en un “no entiendes”,
En un “no sabes de lo que hablo”.
Te hubiese amado con la sencillez de lo sagrado,
Hubiese soportado verte tendida:
Doliente, casi inerte. Lo hubiese soportado.
Te hubiese tomado de la mano
Aunque tú me la negaras como en las últimas veces.
Te hubiese abrazado
Aunque tú me hubieras retirado con el empuje de tus delicadas palmas.

Y si prometí cuidarte hasta el final
Es porque lo hubiese hecho si me lo hubiera permitido;
Pero ahora eso ya no importa
Me dejas un vacio, vacio espacial
Y pensar que ambos lo podíamos llenar.

Llenaré la habitación con espejos,
Pintaré con el pincel de un dulce olvido,
Y, te escribiré unos últimos versos
“márchate que solo quiero estar,
Déjame a mí a mi locura
Ser parte el uno del otro
y formar un todo en mí".

Volvamos al inicio,
Búscate otros brazos,
Otras manos,
Otro poeta
Que quiera cantar para ti su madrigal de amor
Como alguna vez yo lo pretendí.


José "Saiset" González
caballero de la Sacra orden de la Letra Púrpura
Derechos reservados.

domingo, 31 de octubre de 2010

Te querría como crayola.

I
Y cuando me hablaste de tu posible muerte, de aquella muerte terrible y futura, algo dentro de mí se rompió. Fue como una piedra chocando contra un cristal, y entonces el sonido que surge se transforma en un hueco que permanece hasta ahora en lo más profundo de mi ser.
Fue entonces cuando quise que te transformaras en alguna forma eterna, pues así tendrías vida para siempre y no habría necesidad de preocuparse por nada. Sobrevivirías al tiempo y espacio; permanecerías suspendida de todo, incluso de mí. Pero eso me bastaba pues era mejor que perderte y saber que formarías parte de la tierra.
Todo se reducía a eso. Sin embargo, con forme la idea fue adquiriendo concretización, yo ya no quería que fueras cualquier forma; no, ahora sólo quería, deseaba y anhelaba que fueras una crayola morada; sí, morada porque es un buen color. No amarilla, no roja, no verde. Odio el verde. Empezaba a materializarte como esa barrita grasa de color gracioso. Delicada, fina y siempre fresca. Entonces pintaría contigo grandes imágenes de tu color, te pintaría a ti. Pero y si te acababas, de nada habría valido la pena haber pedido que fueras esa crayola.
Tendría que deshacer la idea. Eso me parecía lo más correcto. Pero por qué te cambiaría; ningún otro objeto me parecía el indicado para mis locos fines. Qué chiste tendría que fueras una roca, de que servirías, serías una más entre muchas tantas, y yo no quiero eso; además de que las rocas no adquieren un valor poético son toscas, muy toscas, y tú no eres así. Tendría que seguir pensándote como una crayola, pero una de duración infinita. Así no tendría que preocuparme en que si te acababas o no.
Durante años mantuve esa idea de querer que fueras una crayola, y tanto lo pensaba que gastaba todo mi tiempo en ello, tiempo que en mínimo y pequeñas porciones te lo dedicaba a ti. Ahora en todo esto encuentro arrepentimiento: pensar en que fueras o no. En eso había ocupado ya mi pobre existencia cuando me di cuenta que ya estabas muerta. De alguna forma te encuentras descansando el sueño que los mortales pedimos.
Y nuevamente me encuentro solo. Me contento con el recuerdo de la única persona que entendió y aceptó mi vida de artista y loco. Pero no retengo su imagen humana; no, existe en mí como aquella crayola en la que quise que se transformara.
II
Y me doy cuenta, aquello que permanece en mí no es otra cosa más que la conceptualización de lo que es una crayola infinita; crayola que nunca se gastará, crayola que me permitirá pintar millones y millones de morados bocetos y dibujos.
Y también me percato que ella nunca murió , sino que habitó en mí, en mi mente.
Aquella crayola que quise que fuera una y otra vez me pinta tu imagen, tu voz, tus sabores y aromas.
José "Saiset" González.
Caballero de la Sacra Orden de la Letra Púrpura.
Cuento escrito el día 28 de octubre de 2010.
Derechos reservados.

martes, 26 de octubre de 2010

sábado, 23 de octubre de 2010

Cuento de una clase

Y ahora más que nunca, se comprobaba todo, definitivamente me daba cuenta del terror y odio que siembra en mí esa personaja telenovelesca. Sentada al frente, emitiendo una voz irritante, que acompañada de su gestualización ridícula, estaba ella. Pues qué se cree, utiliza un gran número de palabras que me son desquisiantes. Sus ojos siempre fijos, pareciera que quisiera devorarse con ellos a su emisor-receptor. Como odio esos ojos; ni que decir de su sonrisa, es como... es como -no tengo la expresión precisa para calificarla, pero decidme ¿quien será capaz de hacerlo? Aún no nace el ser que lo haga.
Es entonces cuando pensaba en muchas cosas, pero una de ellas se reducía a un implacable ¡cállate, callate! Si supieras cuanto me haces enojar cuando enuncias tus feas, bombochas y deformes palabras. Deberían de castigarse, y con pena de muerte, por descomponer la armoniosidad del sonido, y quizá no te das cuenta de ello debido a tu grave problema de egocentrismo.
¡Cállate, cállate con un carajo! Acaso no entiendes el significado de mis pensamientos; acaso no sabes leer la inmovilidad de mis labios que se retuercen pálidos, mis labios que se quieren abrir para dejar escapar una asquerosa palabra que te tomará del cuello y te extrangulará. Es así como daré fin a tus ojos de mirada intelectual o, mejor dicho, de pseudointelectual. Y me pregunto, ¿porqué Dios lanzó a seres como tú?, si no los quiere en su espacio equilibrado, pues, solución fácil, que deje de hacerlos. Hasta allí, con la presencia de ella, nos da muestra de que su amor ahora se convierte en un odio infinito.
Cuento escrito el día 22 de octubre de 2010
José "Saiset" González.
Caballero de la Sacra Orden de la Letra Púrpura.
Derechos Reservados

Los espacios vacios

Heme aquí, perdido entre las líneas de espacios totalmente ajenos a mí. Todo se ha vuelto un orden ascendente y yo, sin hacer nada, sólo espero lo que nunca llega.

José "Saiset" González.
Caballero de la Sacra Orden de la Letra Púrpura.
Obra plástica: Los espacios vacios.
Técnica: Pastel, goma arabiga 1.50m x .80m
Derechos reservados

miércoles, 22 de septiembre de 2010

tercer poema a lo que nunca fue

Quisera envolverte entre mis pupilas
y encontrarte:
besarte las manos desnudas
de adentro hacia afuera,
besarte en los labios
todos los viernes lluviosos
y así transformarte de la nada
a mi todo.

Formar parte de tu caos,
ser un pensamiento
que aguarda ser recordado.

Volverme instante, quisiera,
de un tiempo inmaculado;
guardarme en tus lunares
os pido al cielo
y ver loque ves,
mas no volverme suspiro
es lo que ruego.

Tocar tu delicadeza, añoro,
ser complice de tus ojos pequeños
y ser un roce eterno en tu cintura
de linda dama perfeccionada.
Ser presa de tus encantos:
de tu pelo, de tus dedos, de tus labios

Poema escrito el día 16 de septiembre de 2010
José "Saiset" González, Caballero de la Sacra Orden de la Letra Púrpura
Derechos reservados

lunes, 13 de septiembre de 2010

Segundo poema para lo que nunca fue

Todos necesitamos de algo:
de vida, de tiempo,
de las cosas mínimas
que dan a la existencia
la grandiosidad de los Dioses
y la misericordia de los hombres.
Si ver deshojarse el espejo
es adentrase a uno mismo,
hay que romper con la dureza del corazón:
con un martillo,
con la palma llamarada,
con una palabra,
con la caricia de una bella dama.
Poema escrito el 6 de septiembre de 2010
José "Saiset" González
Caballero de la Sacra Orden de la Letra Púrpura
Derechos reservados

Primer poema a quien nunca será

He de gastar todas mis palabras
en un abrazo sutil de sonidos;
mi leve suspiro
se transformará de la hoja al papiro
para dar paso
a un cálido beso
que ha guardarse en tus labios dormidos.
Mis manos se dejarán ser presas
de tus delicados dedos:
de tu fragilidad femenina
de la que tanto me he enamorado
con el leve paso del tiempo.
Serán mi cárcel diez milagros,
diez perfectas trampas de piel.
Hemos de quedarnos
atados a las muñecas
para deborarnos el silencio
en un abrazo ahogado.
Me acabaría tiempo y espacio
en un "te quiero a mi lado",
más no sería bastante
esta vida y otra
para darte mi amor de universo
contenido en una canción, en un poema...
en un infinito verso.
Quédate como la luz en la llama,
quédate como el aire en el mundo,
como mi alma en el cuerpo,
como todo espacio lleno.
Quédate... es mi único deseo
poema escrito el 4 de septiembre de 2010
José "Saiset" González.
Caballero de la Sacra Orden de la Letra Púrpura
Derechos reservados

lunes, 5 de julio de 2010

A quien corresponda, menos a ti.

Qué será de vuestras voces
en aquella inmensidad virtual...
pobres de nuestros brazos:
sueñan a tocarse leve y frágilmente

Y yo, aquí sentado, pensando
en cosas secretas,
tan secretas como nuestras charlas de café
de alegres tardes mecánicas.

Una letras, un renglón...
un saludo, un adiós... ahí viene la broma,
lo recuerdas como yo

digo que te amo, que te adoro,
que tú mi vida y yo tu amor...
sin pensarlo más, mira que alegre soy.

Poema escrito el día 4 de julio de 2010
José "Saiset" González
Derechos reservados

miércoles, 30 de junio de 2010

Lo problemas de ser común

Erase una vez un hombre con una corbata de puntos coloridos. Caminaba siempre a un lugar inexplícito. Cada vez que se hallaba perdido, miraba la manecilla de su reloj y, sin decir nada, se dirigía hacia donde ésta le señalaba. Mirábanle las aves con asombro, los peces con enojo y los gusanos con miedo.
Tan común era este hombre que el día que no se hallaba donde nunca, nadie lo extrañó. Su corbata colgaba a la distancia, los lunares coloridos ya se habían borrado. En uno de sus extremos sostenía una masa en forma de péndulo. Quien la vio pudo decir con indiferencia: "Fue una corbata pegada a un hombre".
(En verdad ese sujeto estaba ahí)

José "Saiset" Gonzlález
Cuento escrito el día 22 de febrero de 2010
Derechos reservados

martes, 22 de junio de 2010

Especulaciones de la incomodidad de la vida

Suena el reloj con su pesada onomatopeya de monos gritando, a lo lejos bailan dos objetos sin forma, uno parece un lápiz, a los lados le sobresalen dos puntas, su cuerpo es flexible y de la parte última surge un arcoíris de colores secundarios; el otro cuerpo se trata de una libreta, o eso creo, sus líneas se mesen en una espiral metálica y se retuerce como la botella de tortuga, de su interior quejidos son manados, todo se contiene y explota en la tinta-letra de alguna grafía erótica.
La caja de ébano ha caído con el péndulo de sol y se consume en el líquido de los cuerpos desenvainados, la mano sigue la blancura y los dedos medios entran a la locura indiscrepante de la tela: rojo cromático de sol inaudito. La enredadera se abraza a las pulsiones de los filósofos hedonistas. Se sienta en el rayo luminoso de la flora húmeda. Se levanta, va a la cocina, mata un cerdo, lo cocina, no se lo come, aún tiene hambre. Se recuesta en la viga paralela de los ojos de la nada. De esa nada ausente de un todo.
Se abre una puerta torcida, tocan a ella, alguien está afuera, no se levanta, tumban la puerta, la niebla entra de la luna a la cabeza, aquel castillo subterráneo de arena relojera se carcome con el tiempo previsto de la lluvia de una ave lanuda; las orugas caen en los capullos sedosos de hojas verdes, se siembran en la madera y nacen unos cotorros con antenas que se pegan a la pared, parlotean en la intimidad.
Las incrustaciones de las manecillas en el cuerpo nos marcan el terrible momento del abismo, de ese fósforo consumido, de aquella hoja abotonada al abrigo de piel zoomorfa que tantas y tantas veces predice la macabra hora, es hora del vacío, la hora del efimerismo del hombre común y corriente.
José "Saiset" González
Texto escrito el día 14 de noviembre de 2009
Derechos reservados

Oblivion de una vida pasajera

Hace tiempo que deje de soñar. He olvidado mi nombre y me he obligado a colgarme en el cuello una tarjeta con mi dirección. En ocasiones tengo miedo de salir a la calle y perderme. En verdad, la falta de vida onírica me consume por dentro. Es como un gusano invisible que se pasea por mis entrañas.
Cargo en el bolso izquierdo del saco -eso creo- una pequeña libreta con el nombre de mis amigos. Nunca la saco de su sitio, que tal si olvido donde la coloco, o, que tal si la meto en la bolsa equivocada. Ni pensarlo. Cuando llega la noche tengo que dormir con la ropa puesta -aún creo que duermo- pues temo que algún día salgo sin los pantalones y yo no pueda darme cuenta, caramba. No sé hace cuanto que no concilio el sueño. Al esta en la cama giro y giro de un lado a otro. Los ojos me arden y siento explotarlos.El sonido del reloj de muñeca me marca los segundos con su ligera onomatopeya. El corazón le sigue y cada ticccc-taccccc e hace más lento, y más lento. Me levanto y me siento a la orilla del colchón; enciendo la luz, me dirijo a la cocina, enciendo la estufa y coloco una olla espumeante de buen café. Espero. Me doy cuenta que olvide frotar el cerillo con... -no sé-, es más, ni el agua está contenida en la jarra ¿ Sí es una jarra? ¿Qué iba a hacer? Caramba. ¿Qué hago aquí?
Un día estando con mis amigos -no sé ni como llegue a donde ellos- se me olvido sentarme... ¿dondé? , ¿quiénes eran ellos?, y es más, ¿porqué hablaban conmigo? Ah, ya lo sé, son mis amigos. Bueno, eso es lo que me dice mi libretilla. Me levante -acaso estaba sentado- y no sabía hacia donde dirigirme. Caminé cinco pasos cuando sentí la necesidad de regresar. Veía a esas personas mirándome. Me hubiese dirigido hacia ellos si por lo menos recordara cómo caminar. Me sentí tan extraño, esas cosas que estaban plantadas al suelo no se movían; cuando al fin logré avanzar, un resbalón me hizo caer. No me dolía nada, aun olvidé sentir el dolor que eso provocaba. Me quedé tirado, no hallaba la forma de cómo levantarme… (Todo lo demás se muestra como imágenes en blanco dentro de mi mente).
Detesto mi vida. He olvidado tantas cosas, tantas… no es porque quiera, sino porque me es imposible retenerlas. Mirad que una vez en la que me había creído curado contraté a una chica, de esas que su empleo consta en el placer ajeno y… lo olvidé… ah, ya. Pues sí, la llevé a casa, ella me pidió que le pagara primero, según cuestiones de ética. Creía que todo era perfecto. No fue así, olvidé que aún olvidaba las cosas. Tenía ante mis ojos a la más bella mujer nunca antes creada, y desnuda; su abdomen tan perfecto, sus senos redondos y… redondos. Todo de una estética inexplicable. Caminaba lento, tan lento hacia ella. Caray. Se me olvido cómo usar las manos para desabotonarle la camisa, trataba de controlar aquello, pero había olvidado como hacerlo, dos o tres veces me golpeé la cara. No recuerdo más.
Pasado esto y restaurado el control sobre mí, me dirigí a donde ella estaba postrada. Me miraba con asombro. Había olvidado despejarme de todo lo que me cubría. Me recosté a su lado y no recordaba cosa alguna de que hacer en ese momento. Me levanté y le dije que se marchara. Ella me miró con mucho más asombro.
Olvidé el porqué de la visita de tan bella mujer. La vi parada en la puerta como si intentara salir. Le llamé y le pregunté lo que hacía. Me marcho, me contestó. Trataba de recordar que es lo que posiblemente me vendió o intentó venderme. No lo recuerdo. En otro momento llegué a espantarme. Qué tal si se trataba de una ladrona que huía por temor a ser denunciada.
Caminé hacia el baño. Frente a mí se encontraba un sujeto, me veía fijamente. Incluso cuando yo parpadeaba él seguía en su tarea de observarme. Me alejaba y se alejaba. Me pasmé pues sólo podía ver flotar su rostro a su cabeza pegada. Le grité varias veces para que se marchara. Nunca accedió. Enojado, salí de ahí – ¿de dónde?- ah, del baño. Le encerré adentro para que se le quitara lo atrevido.
Hablando de eso, ¿qué paso con la chica hermosa que necesitaba de mi ayuda? La encontré en la calle. Miraba que temblaba de frío. Le ofrecí dinero para que comprara ropa más abrigadora, porque la que llevaba no le cubría lo suficiente. Para pagar mi altruismo decidió acompañarme a casa, la miraba agitada, daba la impresión de que había terminado de correr. No lo sé. Cuando llegamos a mi morada, entró como si fuera su hogar. Qué atrevimiento.
Creo que me confundió con otra persona. Estaba como loca. Gritaba una y otra vez, con voz extraña, palabras como: ¡ay papaíto! ¡No deseas castigarme¡ Por qué razón querría yo hacer eso, nunca me hizo nada para merecerlo. Olvidé el motivo por el cual estaba conmigo. Me imagino que, después de haberle prestado dinero, la invité a comer. Sin embargo, ella no tenía hambre. En cuanto vio la recámara se dirigió hacia allá y empezó a desnudarse. Se recostó en su estado natural. Qué osadía la suya. En fin, a nadie se le puede negar el privilegio de dormir. He de pensar que se sintió incomoda por mi presencia porque un momento después se marchó.
Odio mi vida. De hecho, una vez intente terminar con ésta, pero no lo logré. En esa ocasión me dirigí a la cocina y tomé el cuchillo. Me senté frente a la mesa del comedor. Sobre ésta había un canasto con teleras –no sé cuánto tiempo hacía que estaban allí-. Tenía el artefacto en mis manos y no hallaba que hacer con él. Agarré un pan y lo corté por la mitad con el filo. Me levanté y abrí el refrigerador, saqué un frasco de mermelada. Volví a mi lugar en la mesa, coloque la... –lo olvide- junto al canasto. Olvidé nuevamente qué iba a hacer.
Han pasado semanas. Yo salgo y entro. Veo el cuchillo, el pan y el frasco. Algo muy dentro, pero muy dentro de mí, me dice que todo sirve para algo. Me quedo parado y contemplo aquellos objetos como el sujeto que no tiene conocimiento de nada… de nada.
De qué hablabamos.
José "Saiset" Gozález
Texto escrito el día 13 de octubre de 2009
Derechos reservados

Retrato instrospectivo

De la inconsciencia de aquel sujeto había surgido un diminuto ser, se presentó en la realidad como una canica pequeña.
Rodaba en el piso, de un lado a otro, su frágil cuerpo se movía dentro de tal artefacto. Con las manos tocaba la estructura interna de su contenedor.
El hombre, como dudando de la percepción, moviendo la cabeza de derecha a izquierda, se da cuenta que está solo. Solo en su más intima soledad. Con forme avanza aquella transparente esfera, él se aleja dando pasos hacia atrás, no obstante, se ve truncado por la pared. Sin esperar más. Se agacha y mira a tan extraño y singular ser. El horror le cubrió los ojos. Se había dado cuenta que aquello era una copia de su imagen desgastada.
José "Saiset" González
Texto escrito el día 18 de octubre de 2009
Derechos reservados