Bienvenidos todos sean. Después de entrar ya no hay que mirar hacia atras.

domingo, 11 de diciembre de 2011

El horror que surgió del suelo

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Noticia de última hora. Hoy, once de diciembre de dos mil once, se ha registrado un temblor de seis punto cuatro grados en la escala de Richter en punto de las siete cuarenta y siete de la tarde…
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No puede morir lo que yace eternamente… fue lo último que le oí decir a Hank cuando aquello sucedió. Yo me temía tal resultado desde los primeros años que iniciamos todo, sabía que nada bueno podía salir de nuestras osadas investigaciones; nuestra curiosidad nos llevaba a querer buscar lo que nunca tendría que buscarse, lo que nunca tendría que haber sido despertado. Yo sabía que todo esto pasaría; ahora Hank ha dejado de habitar en nuestro plano, yo, mientras tanto, salí corriendo como un cobarde para no sufrir la misma suerte.
Pero, apenas un día después de lo acontecido, siento que en cualquier momento vendrá por mí; escucho el sonido de las flautas surcar el aire que me rodea, es el mismo sonido que escuché el día anterior.
***
Yo le había dicho a Hank que no fuera más allá, que estábamos llegando a un punto crucial y peligroso en lo que estaba haciendo. Él no me escuchó, siguió en la elaboración de aquellos extraños símbolos, yo cada vez me llenaba de más miedo. Desde la llegada de aquel “viejo y raro libro de olvidada ciencia” todo alrededor de nosotros había adquirido una atmosfera sombría. Presentía que nada bueno saldría de aquellas roídas páginas.
Empezaba a temer por la salud mental de Hank, pues fue él quien sufrió más los efectos de ese maldito libro; se volvió más callado, cierta paranoia le asaltaba sin razón alguna, sus nervios se iban destrozando conforme los días avanzaban; a veces hablaba en una lengua desconocida con sonidos que la garganta humana simplemente no podría articular
Muy seguido se perdía en una especie de viajes cósmicos; él aseguraba que más allá de nuestros tiempos, más allá de los curvas y líneas que conformaban el universo, existían seres que habitaban fuera de toda palabra, formas que ni el sonido podría describir. Muchas veces Hank se esmeraba en dibujarlos, pero siempre terminaba haciendo puros rayones sinsentido.
****
Dos semanas antes de aquel día Hank había venido realizando en su cuaderno un sinfín de fórmulas matemáticas, que, según él, servirían para tener una comunicación directa con las entidades ubicadas más allá de las estrellas. Yo sabía que todo esto era una completa locura, pero de cierta forma comenzaba a entrar en su juego.
Por órdenes de él, renté un departamento en las afueras de la ciudad, lejos del bullicio e interrupciones. Hank, día y noche, se entregó a la ubicación de puntos espaciales; pintaba las paredes de extraños signos; me hiso cubrir con cemento todo tipo de vértice, porque por ahí podrían pasar seres indecibles y caóticos según sus palabras; su intención era atraer a Nyarlathotep para que nos revelara los secretos del universo, para que su conocimiento arcano fuera de nosotros a través del sello de Nabud.
*****
Todo estaba más que listo. Ya eran pasadas las siete de la tarde del día once de diciembre, cuando Hank se dispuso a recitar una extraña fórmula; movía los brazos a todas direcciones. Yo lo observaba, hasta cierto punto me encontraba escéptico, pues quería hacerme creer que esto no pasaría a más, pero algo dentro, muy dentro de mí, estaba inquieto, como si me avisara que cosas terribles estarían a punto de suceder.
Hank seguía en lo suyo. Yo, me ubiqué al lado de la puerta aguardando que todo concluyera. De pronto, toda la habitación se comenzó a mover de forma horrible. Él paró, ya está a aquí, dijo. Una extraña música de flauta inundaba el aire, provenía de puntos imprecisos, de lugares que no tenían espacio en la realidad humana. El suelo seguía moviéndose. Aquí está, volvió a decir Hank con un gesto de júbilo en el rostro.
Las paredes comenzaron a agrietarse, el cemento que previamente había colocado por las sacudidas cayó, los puntos donde se unían tres líneas quedaron al descubierto. La música se iba haciendo cada vez más fuerte. De una apertura en el suelo, entre mucho ruido, surgió una entidad indescriptible, hablaba la misma lengua que Hank utilizaba en algunos trances. Mis ojos se llenaron de horror cuando vi que Hank estaba siendo devorado por esta creatura. Lo último que le escuche decir fue que no puede morir lo que yace eternamente.
Abrí la puerta y salí corriendo desenfrenadamente. Después de lo que presencié hasta hoy, no he salido. Estoy seguro que aquella forma informe se marchará al lugar al que pertenece cuando me atrape, no pienso darle el gusto.


José J. González


Cuento escrito el día 11 de diciembre de 2011


Derechos reservados



domingo, 4 de diciembre de 2011

Visita incomoda

Todos los escritores son uno perfectos imbéciles. Por eso escriben; quiero decir que escriben cosas porque no las entienden
(Bukowski)




La tarde caía lenta; a lo lejos podía adivinarse el vuelo torpe de una parvada de patos silvestres; algún viento frío comenzaba a correr como presa de un miedo. Los perros de vez en cuando ladraban a la luna que comenzaba a salir en su más grande y roja forma. El árbol se mecía guiado por la música de la naturaleza. Mientras tanto, dos o tres rocas permanecían inmóviles como desde siempre.
–¿Acaso no siente usted el frío? –Preguntó un vecino al percatarse de mi presencia–, va a pescar un resfriado –agregó.
–Hola –me apuré a decir–, usted no se fije, ya estoy pronto a entrar a casa.
–Eso es bueno; ahorita como se disfruta algo caliente en las entrañas–. Entrañas, a quién se le ocurre utilizar tan fea palabra en una conversación; sólo a alguien sin cerebro o a algún tipo que carece de un repertorio más amplio.
–Si verdad –respondí.
Aquel tipo que decía decirse mi vecino empezó a caminar hacía donde yo estaba; en aquel momento no tenía que decir palabra alguna para evitar su intrusión en mi hogar. Lo cierto es que el frío era soportable, y por tanto no era para exagerar como lo hacía este sujeto.
–¿Cómo va esa novelita? –preguntó con cierto interés.
–Todo bien –tuve que contestar con desgana. No estoy acostumbrado a hablar sobre mis proyectos con gente que no lee.
–Me alegro; ya verá que cuando la publique se venderá como pan caliente.
–Como pan caliente. Eso espero –aunque a decir verdad nunca esperaba nada, me contento con el simple hecho de escribir y sentirme satisfecho conmigo mismo.
–¡Vamos!, pasemos adentro. Aquí hace un frío insoportable.
–Inmediatamente fui conducido por este molesto tipo al interior de mi casa. Cuando nos hallamos adentro él tomó asiento en mi sillón favorito; yo tuve que sentarme en la silla dura de mi mesa de trabajo.
–¿Cómo sigue Lizza?
–Bien, como siempre –poco soporto hablar de mi familia con extraños.
–Me da gusto –dijo sonriendo–, hace tanto que no la veo por aquí.
–Es que sale a trabajar, no es como nosotros que hacemos nada.
–Cierto.
–Espero terminar de escribir antes de que llegue; no creo que dilate –esperaba que entendiera la indirecta, pero el tipo se hacía el estúpido, o en verdad lo era.
–Ojalá y ya pronto esté el cafecito –dijo cínicamente– ya hace falta, ¿verdad?
Lancé una leve risa para evitar contestar. Me levanté de mi lugar y fui a la biblioteca; regresé con un grueso volumen de Proust. Cuando lo vio el intruso inmediatamente me lo arrebató y empezó a hojearlo como si comprendiera la más mínima palabra.
–¿Vaya!, mi hijo tiene un libro como éste –dijo como si todos fueran capaces de soportar quel tiempo perdido.
–Pues a su hijo si que le gustan las cosas difíciles.
Pronto escuché que el auto de Lizza entraba. Me asomé por la ventana para corroborar su llegada.
–¿Ya llegó Lizza?
–Sí, y yo he hecho nada.
–No se preocupe, si quiere yo le hecho una mano para que no se ponga furiosa.
–No hace falta –respondí.
Toc-toc.
–Ya voy –corrí rápido a la puerta.
–Hola; ya regresé –dijo Lizza con tono cansado–, vaya día. ¿Tú qué tal?
–Todo bien. Tenemos visitas –con un leve gesto señalé al intruso.
–Buenas noches
–Buenas noches –respondió Lizza.
Los dos nos sentamos en sillas duras; el seguía en el silloncito. Largo rato platicamos de cosas aburridas para ver si se marchaba, sin embrago nuestros intentos no surtían efecto.
–Lindo auto el suyo –dijo de la nada el vecino.
–Sí, ya lo creo.
–¡Señor, me permitiría hablar a solas con mi esposo! –Lizza sonaba sería, hasta a mí me dio miedo.
–Sí, claro que sí. Yo me retiro –se levantó del sillón.
–Ande pues –dijo Lizza.
–Sí, está bien –contesté yo.
Cuando escuchamos que cerró la puerta abracé a Lizza. Ella enseguida se fue a dormir mientras que yo trataba de buscar el tiempo perdido.




José J. González



Derechos reservados



viernes, 2 de diciembre de 2011

Retrato introspectivo[*]

Pensar sobre las cosas que se eructan a sí mismas es un tanto desagradable, sin embargo la inalcanzable e inacabada existencia de los entes contemporáneos se albergan en las alas de este pequeño descenso. Hace algún tiempo emprendí un pequeño viaje, tal cual burbuja me dejé navegar, y es literal mis pies se movían al compás de las olas de tierra. Fue fácil clavar mis pies en la inmensidad del espacio; para aferrarme a seguir. Estaba acostumbrado al movimiento abrumador y terrestre, el mecanismo de mi burbuja comenzó a fallar, dejó de rebotar y se detuvo. Estuve un instante en la superficie de un mar. Cuando decidí emprender dicho viaje arrojé una pequeña libreta en mi pequeño equipaje, con todas las hojas blancas aún, me disponía a escribir las visiones de las que hasta ahora había sido un buen y fiel testigo, sin embargo algo incomprensible sucedió al margen de mi espacio, una enorme ola del truculento mar, aparentemente en calma, se vino sobre mí, no tuve tiempo ni de respirar, ya estaba en el fondo, había dejado de flotar, y aunque la densidad del agua luchaba por expulsarme, la burbuja parecía estar hecha de un material magnético que se aferraba a sujetarse en el fondo de la inmensidad acuática. Me volví a olvidar de mi pequeña libreta, me encontraba experimentando millones de millones de imágenes aferradas en mi vista. Algo me decía que era el camino correcto aunque yo nunca hubiese elegido seguirlo, quizá era el destino; pero eso aun no lo sabía. Tengo miedo, mi espacio todavía no explota ni se derrite, me ha dejado respirar y aunque soy testigo de los sucesos acuáticos he comenzado a sentir soledad. Trato de escribir pero… he olvidado… la tierra.

Susana Santos Mateo



[*] Titulo tomado de un cuento de Juan K. Saiset. Originalmente se llamaría “El viaje” otro título de Juan k. Saiset que a la vez él tomó de Julio Cortázar

Cuento escrito el día 25 de noviembre de 2011

Derechos reservados

domingo, 27 de noviembre de 2011

Poema violento II

En ocasiones hasta los dioses lloran, porque han perdido la curvatura de las ondas luminosas, o porque el rugido de las fieras y quimeras les han infundido miedo. Entonces quieren correr y quedarse atrapados en el lente de alguna lupa descompuesta para fragmentarse en millones de rocas y polvo espacial. Luego se sienten miserables cuando comparan su natura con la humana. Se comen los dedos y fingen no saber nada de su muerte y futura resurrección
Mientras tanto, yo odio a los fénix y toda ave, sea gallina, paloma o golondrina, porque siempre levantan el vuelo y se re-crean y re-nacen. El hombre que no sabe que hacer con su vida pide la eternidad para averiguar. Una y otra vez se levantan de las cenizas como si nada ocurriese, pero son más miserables, sólo se salva el que se destruye sin esperar a resurgir. Por ello, algunas flores lloran y se mojan las hojas.
Soy muy joven para escribir mis frases celebres, soy muy joven para decir que soy poeta. De vez en cuando la bestia se convierte en objeto, pero no por eso deja de ser lo que nació. Se siente con el corazón en la hoja y empieza a borrarse, simplemente camina para no ser visto. Se esconde. En ocasiones hasta los dioses lloran. Yo sigo escribiendo y también lloro, pero eso no me hace dios, sólo me hace más humano en cuanto a lo que era desde antes.
Aborrezco a los gigantes, aborrezco a Polifemo, a Willi la ballena, a Gulliver, no por un complejo de inferioridad sino porque hay días que despierto sintiéndome King Kong y me siento inservible. Hasta los dioses lloran. Todo surge de las piedras y de algún intento de blancura. Se de antemano que soy un estúpido que mis manos son martillos, que el pan se ha quemado y nos da señales de humo.
Todos somos los pordioseros del cosmos; hago versos libres, muy libres, con una estructura no-estructura que parecen párrafos y no comunico nada. Surge una máquina invisible y todos pertenecemos al nuevo orden de las cosas. Yo pertenezco aunque quisiera dejar de pertenecer.




José J. González


Poema escrito el día 22 de marzo de 2009


Derechos reservados




Una noche cualquiera

Con alguna referencia a Theodor Adorno




Aquella noche, por primera vez en demasiado tiempo, me había decidido a salir; mi mente requería de aire fresco fuera del tufo de los libros de hojas amarillas, fuera del polvo que de vez en diario se le impregnaba a mis cuadernos de escritura. No tenía una idea clara de a dónde dirigirme, ni mucho menos qué hacer. No tenía amigos a quienes visitar; el único lazo que me ataba a la sociedad era Lizza, mi compañera y esposa. Ella siempre un ser sociable, carismático, alegre y con un paso de koala que desde el primer día que la vi me dio curiosidad.
Esa noche Lizza había salido con unas amigas a beber chocolate; yo, como siempre, me quedé en casa, escuchaba algunas piezas de Bach mientras me hallaba recostado en un viejo sillón que tengo en la biblioteca. Dos meses antes había leído a Sade; las primeras veces que lo leí me excitaba de sobremanera, pero ahora ya no sucedía lo mismo, su prosa me parecía un tanto humorística, reía a carcajadas cuando me topaba con alguno de sus exagerados pasajes. Lizza sabía muy poco de estas lecturas; ella odiaba que leyera día y noche, yo también me odiaba, pero era imposible dejar de leer de un momento a otro.
El caso es que después de aburrirme, tomé la decisión de salir a dar la vuelta. Fui al armario y tomé una chaqueta; era miércoles de diciembre, tres días antes de mi cumpleaños; afuera hacía frio. Lizza se había llevado el auto, y aunque no lo hubiera hecho yo me hubiese ido caminando. Es muy molesto andar en automóvil. No puedes pensar mientras conduces, porque o piensas o conduces, así de simple. Caminé todo progreso hasta Buenavista, me detuve por algunos instantes; me coloqué los guantes que llevaba en la bolsa derecha de la chaqueta. Seguí mi camino.
A lo lejos, la campana de la catedral daba aviso a la novena hora nocturna. Un grupo de niños cruzó delante de mí. Yo siempre había querido tener un hijo, pero Lizza no, según ella porque no sería una buena madre, no la culpo, ni yo mismo sabría como ser un buen padre. Además ya es mucho conmigo, porque yo soy como un niño, todo escritor es un niño para y con los demás.
Anduve caminando por mucho rato sin rumbo fijo; llegué hasta Pascal, vi una pequeña cantina abierta, me aventuré a entrar. . El lugar estaba repleto de humo de tabaco. No fumo, pero eso no indica que no soporte el aroma a cigarro. Al fondo había un televisor, en el televisor pasaban futbol. Nunca he sentido agrado por ese deporte. Fui a la barra y tome asiento. Pedí una cerveza chica. No tomo, pero para permanecer en estos lugares es necesario consumir. Lizza detesta el tufo amargo de la cerveza. Cómo van, pregunté, aunque la verdad me importaba un bledo quien ganara. Seguí observando el partido. Cada jugador en su puesto y realizando una acción precisa. Si alguno llegaba a fallar pronto era suplido o, en algunos casos, la alineación era reestructurada. Al poco tiempo me di cuenta que aquel espectáculo es propio de las orgias. Todo era parecido a algunos pasajes de Bretonne. Cada hombre es una pieza de un mecanismo completo; cada uno ejecuta movimientos que complementan a los de sus compañeros.
Me levanté de mi lugar y salí con paso presuroso. El aire era aún más frío. Quizá Lizza ya estaría en casa, quizá estaría buscándome. No lo sé. Espero y haya traído algo de cenar. No, mejor llevo algo por si a ella se le olvido. Eso sería lo mejor.
Cuando llegué a casa ahí estaba ella; me senté a su lado ¿cómo te fue?, le pregunte.
–Bien –respondió–, y tú, ¿dónde has estado?
–quise salir.
–Vaya, que milagro –dijo burlonamente.
–A veces uno requiere distraerse –respondí contento.
Después me levante y fui directo a la biblioteca, comencé a escribir. Ella se fue a dormir, yo me quedé hasta entrada la noche. Como ya era costumbre, cenamos nada.


José J. González


Cuento escrito en algún lugar y tiempo.


Derechos reservados

Una mañana creativa

Harry había salido a la tienda a comprar un cuarto de queso panela, ya se le había hecho costumbre salir siempre por el desayuno; siempre volvía con el queso y algo más. Cuando regresaba sacaba su ruidosa máquina de escribir; no le importaba que Meli estuviera durmiendo. Ella no se quejaba del tecleo constante; después de los dos primeros años con él, sabía que nunca pararía. La verdad es que le importaba poco que Harry fuera escritor. Lo que le había enamorado de él fue su faceta de pintor, pues aunque pocas veces ejercía, cuando lo hacía mostraba una abstracción completa.
–Caramba Harry, aún es muy temprano –dijo Meli con voz dormida–, deberías de venir a dormir.
–No, eso no; tengo que entregar algunos escritos para el diario –volteó a verla, en su rostro se dibujaba una sonrisa–; anda, descansa por los dos.
Harry se levanto de su escritorio, se dirigió hacia donde Meli, se agachó y le dio un beso en la frente; luego fue hacia el ropero, cogió un puñado de hojas blancas de uno de los cajones; nuevamente se sentó en su sitio y comenzó a escribir. Una y otra vez se detenía, pensaba y repensaba la idea hasta que ésta fuera la indicada.
–Harry, dios santo, hoy es miércoles –se destapó la cabeza y estiró los brazos fuera de las cobijas.
–lo sé, ¿qué con eso?
–Pues que aún faltan tres días para que entregues tus cuentitos esos; deberías dejar descansar esa vieja máquina –se levantó; se acomodó el pijama y abrazó a Harry.
–Si no lo hago hoy se me vendrá el trabajo encima –respondió a voz baja; ahora se entretenía mordiéndole la oreja a Meli.
Ella se apartó de él, camino hacía la cocina “ya fuiste por el queso”, sí, respondió rápidamente Harry. Continuó tecleando mientras ella preparaba el desayuno. Una y otra vez tuvo que retirar la hoja de la máquina, pues una y otra vez no le gustaba lo que había escrito. A su lado derecho había una taza vacía, la miró, colocó una hoja limpia y recomenzó. La volvió a retirar, la hizo bolita y la lanzo lejos.
Se levantó, tomó aquella taza y fue directo a la cocina. Meli se encontraba ahí. Cuando ella se fue a vivir con él, no sabía ni preparar una simple sopa, Harry le enseñó todo lo que sabía hasta que ella se sintió segura para al fin dominar ese espacio de la casa. Desde ese momento no permitió que Harry metiera las manos.
–Podrías servirme un poco de chocolate, por favor.
Sí, es raro, pero este escritor no bebía café como regularmente lo hacen los escritores. Tampoco fumaba, y desde que había conocido a Meli no consumía ni gota de cerveza.
–Primero deja lavo la taza –dijo Meli con voz graciosa–, no querrás beber en ella con este polvo.
–Venga entonces, sólo que no te dilates, hay un cuento que me espera.
Meli le sirvió el chocolate, él le besó en la mejilla y se retiró a escribir. Escribir no es una tarea sencilla, porque si así lo fuera todos serían escritores, malos, pero escritores. Dejó la taza a su derecha, tecleó tan rápido como pudo, pues era este un momento de iluminación. Escribió una cuartilla entera y más. La leyó; le gustó. Ahora venía la parte complicada: la corrección. Tendría que hacerla de crítico para sí mismo.
–Está listo el desayuno –gritó Meli desde la cocina–. Ven antes de que se enfríe.
–Ya voy, sólo corrijo rapidísimo esto –se apresuró a contestar.
–Primero ven a desayunar y luego corriges lo que quieras; tu cuento estará allí cuando termines.
–Ya voy –repitió–, espérame.
Meli trabajaba por las tardes; siempre partía a las dos en punto. Su sueldo no era nada despreciable. Harry, por su parte, tenía meses sin un empleo fijo y, comparado con Meli, sus cobros semanales eran una bicoca, pero nunca se hacía de menos. Cuando le llegaba la suerte de escribirle un discurso a algún politiquillo, podía ganar más de lo que Melí en dos meses, cuando ocurría esto nunca se hacía de más.
–Listo –gritó Harry.
–¿Listo? –Respondió Meli– ahora puedes venir.
–Ya voy, ya voy –se apuró a decir–. Pero antes de que desayunemos quiero que me digas que te parece lo que escribí:
Jesús había salido a la tienda a comprar un cuarto de queso panela, ya se le había hecho costumbre salir siempre por el desayuno; siempre volvía con el queso y algo más (…)
A meli le importaba poco que Harry fuera escritor, pero siempre tenía tiempo para escucharlo. Así eran todos los días. Harry amaba a Meli, así era siempre.

José J. González
Cuento escrito el día 23 de noviembre de 2011
Derechos reservados


viernes, 25 de noviembre de 2011

Tres poetas y un Don Bruce

Porque los buenos tiempos nunca se olvidan.
Derecha: El poeta Wilfrid.
Centro: Don Bruce.
Arriba centro: Poeta Marcustófeles.
Izquierda: Poeta José J. G. "Saiset".

domingo, 20 de noviembre de 2011

Si un cuerpo encuentra a otro cuerpo

¿Dónde ubicaste los colores estelares?
AQVM había lanzado la pregunta a una entidad desconocida, imperceptible y etérea. La verdad es que ni él mismo tenía consciencia de lo que había preguntado. Sus ojos empezaban a desfigurarse, iban y venían. Su rostro todo se contraía a cada paso que daba para la ascensión de aquella escalera cósmica.
¿Tendré espacio?
Nada había sido tan absurdo como ahora; cada acción se repetía una y otra vez. Se tomaba el cabello con ambas manos y tiraba de él hasta que lograba arrancarse un gran mechón. Y de momento, sin orden aparente, daba inicio a una serie de gritos tremendos. Él, que hasta aquel punto había permanecido observando desde su más etéreo y desconocido espacio fijo sobre su tiempo, se limitaba a contestarle. Sólo permanecía allí, protegiendo aquel borde de locos.
¿Quién unifica intensamente estas rocas ominosas?
Hoy es miércoles –dijo Él–. Todos sabemos que hoy es miércoles, ayer pudo haber sido invierno, sin embargo continuó siendo de noche. La noche es una piedra que se pierde tan pronto como nos hacemos conscientes de su geometría. Hoy es miércoles, un miércoles que avanza a mano armada. Es uno de esos días que llegan y se plantan, crecen, se expanden; surgen con la destrucción de lo que antes eran los martes. Las aves emigran de cabeza porque lo saben… yo lo sé.
Todo empezaba a adquirir no-sentido. AQVM se tumbaba al suelo, se revolcaba, emitía sonidos de animales, se desgarraba la piel al tiempo que gritaba hoy es miércoles, dios, hoy es miércoles. Sobre su cabeza comenzaban a correr ciento once autos, cada uno de colores distintos, cada uno irrepetible e innombrable. Recordó a un par de perros pequeños: uno negro y el otro blanco: ajedrez. El siempre quería jugar a caballo, siempre quería avanzar a su propia contra. De vez en cuando gustaba de observar el paso lento de las tortugas.
AQVM pisó mal un peldaño, cayó, paró cerca de una fractura espacial. Estaba mareado. Él empezó a materializarse en octubre. AQVM sabía que era veintidós de noviembre: el segundo mes. En su mente estaba la música de Lennon. Algunos ruidos de máquinas invisibles le cortaban la voz.
Mira, un camino hueco, Oscar.
AQVM lo dijo a sapiencia de que allí no estaban más que él y Él. Allí, en aquella caja, suspendidos de toda palabra y modelo armable. Las cosas empezaban a adquirir un aire extraño, tremebundo. Quería abrir los ojos y salir corriendo a cualquier sitio fuera de esas escaleras y formas esféricas.
Surgieron peces del suelo, colores, líneas y puntos. Se armaba un universo. AQVM no se daba cuenta que estaba siendo absorbido, que en poco tiempo sus partículas se conformarían en una armonía indecible, no-audible más que para Él.
Dios, hoy es miércoles y siento que llevo aquí toda una vida.
La luz, que hasta ese entonces había permanecido poco luminosa, empezaba a extinguirse. Él seguía allí, en su espacio. Se apagó. Oscuridad. Entre toda aquella penumbra la voz de AQVM seguía:
¿Dónde ubicaste los colores estelares?… ¿Tendré espacio?… ¿Quién unifica intensamente estas rocas ominosas?… Mira, un camino hueco, Oscar… ¿Dónde ubicaste los colores estelares?… ¿Dónde ubicaste los colores estelares?…
Luego fue silencio. El silencio que antecede a la creación.




Cuento escrito el día 17 de noviembre de 2011

José J. González

Derechos reservados.

domingo, 13 de noviembre de 2011

El viaje



Bring us a goat… and we´ll show you the way… straight through the realm the fallen and slain
(Anna Varney)


Para Dulce Thalía

Tres semanas después de su partida, no tuve más remedio que seguirla; su ausencia consumía lentamente las horas de mi existencia, provocando que en mi fastidio por continuar solo, la buscara en toda flor, nube y roca. Sucedía que de vez en cuando la veía caminar lejos de mí, entonces yo trataba de alcanzarla, y cuando lograba estar casi muy cerca me daba cuenta que no era ella, que era alguien más, pero no ella. Vagamente se manifestaba en los lugares que concurríamos. Por las tardes yo siempre permanecía atento a la puerta de nuestra casa en espera de que tocara el timbre y, de esa forma, salir corriendo a su encuentro, abrazarla y pedirle que nunca más se alejara.

Sólo me bastaron tres semanas para darme cuenta que la necesitaba más de lo que creía, que su presencia me era indispensable; ella no podría estar muy lejos, aún tenía la posibilidad de encontrarla si me apuraba a seguirla. Me alegraba la idea de volverla a ver. Mis padres poco a poco empezaron a notar mi ausencia: estaba sin estar. Me iba preparando para aquel día. Una vez iniciada la acción no hay vuelta atrás, me decía. Por las noches evocaba su nombre infinidad de veces creyendo que los vientos estelares me traerían una respuesta. Dormía con el deseo de encontrarla cerca o lejos.

Y sucedió, mi viaje empezó un miércoles y, a decir verdad, no sé cuándo llegará a terminar. A diario camino por sendas que me son desconocidas, a veces subo algunas escaleras que parecieran no tener fin, me enfrento con animales hambrientos de carne que salen al ataque. Grito por todos lados su nombre y muy pocas veces alguien a lo lejos me contesta en una voz inentendible. He perdido la noción del tiempo; siento que camino por días completos, pero nunca llego a divisar en el cielo la imagen del sol; otras veces más me quedo mucho rato en un lugar y simplemente duermo horas imprecisas. Sin embargo, y a pesar de todo, yo la sigo buscando, sé que se encuentra por allí, aunque un susurro interno me repita una y otra vez que desde el inicio tomé el camino incorrecto.





Cuento escrito el día 11 de octubre


José Saiset González


Derechos reservados

lunes, 10 de octubre de 2011

Poema III

Para Dulce Thalía

Robaré un universo del único que existe
y que guarda millones en sí,
cada uno contenido en otro
y tal vez en ninguno contenido para sí.

Robaré un universo y lo mostraré ante ti,
para que lo tengas contenido,
para que nunca emigre
y forme parte en un Sí.

Cuando lo haya hurtado
y escondido en mi bolsillo esté
cambiaré de lugar
y animal seré.

Cuando bestia sea, mas bestia sapiensal
combierta-me
organizaré los colores, formas y cosmos
que me permitan crecer.

Robaré un universo y lo pondré a tus pies
para que lo tengas contenido,
para que nunca emigre
y te forme en un Sí.

Cuando aquel universo te sea propio
y en la estructura de la palabra
encuentres su origen
dejalo ir,
porque el universo ya te pertenece
y contigo quiere ir.

Poema escrito el día 7 de octubre de 2011
Derechos reservados

jueves, 13 de enero de 2011

La caída de Dios Padre

Entonces sucedio, Él empezo a tambalearse y de un momento a otro cayó al suelo. Nunca más se levanto porque su cuerpo ahora era impuro.
José "Saiset" González
Derechos reservados