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martes, 15 de enero de 2013

Evocación

No soy cobarde no tengo miedo,
y mientras más alto más cerca del suelo
el fuego me abruma, risible caída
no tengo alas mas caigo hacia arriba.
(ExsecrorVecordia;  Entre los sueños del tiempo)

Cuando Saturno devoró lo que tenía entre sus garras, Harry fue a sentarse cerca de la ventana a contemplar la caída desesperada de una tarde de invierno. Se encogió de hombros y se sumió en lo más profundo de sus pensamientos. Dejó sobre la mesa a Roquentin y sus flores violetas, al tiempo que el viento del ventilador le daba en la cara, haciendo que sus cabellos jugarán caprichosamente. Izza había salido desde hacía más de dos seis, en estos precisos momentos estaría en su oficina ordenando su escritorio, preparándose para regresar a casa. Él ya se había acostumbrado a su breve ausencia; los primeros días no podía evitar sentirse solo, pues su enclaustramiento se debía a la imposibilidad de relacionarse con los demás. Todo su universo giraba en torno a Elizza y a él, fuera de esto nada existía, nada; de hecho, si no fuera por el trabajo que desempeñaba por la madrugada como redactor de una revista su contacto con el mundo externo sería inexistente.
  
 Mientras se encontraba sentado pudo evocar la constelación de El bello pájaro que descifra lo desconocido a una pareja de enamorados, con sus dedos dibujó en el cielo algunas líneas que sólo él podía contemplar. ¿Hace cuánto que ya no se había dado a la tarea de reflexionar? Nadie lo sabe, pues cuando uno vive en la felicidad esto le parece inútil, sin un sentido trascendente. Si en un momento Harry se había abandonado del mundo real para ir a saltar espacios de la mano de CeesNooteboom, ahora también se abandonaba de todos aquellos universos que ya se le habían revelado, pues se dio cuenta que su existencia estaba en otro lugar, no con un viajero, sino en alguien que le podía brindar los mejores recorridos de su vida: Melizza.
  
 Tanto Harry como Melizza hace años, antes de que él uno conociera al otro, habían roto el cascaron, revelándose así como hermosos pájaros que volaban hacia Dios, un Dios que comprendía la naturaleza humana, porque precisamente el albergaba la dualidad creadora del universo. Sin embargo, Harry era el que más consciente estaba de esto, y el saberlo le hacía daño, le afligía en el corazón un peso tremendo, un peso de millones de eones. Esto le hacía débil y frágil frente a una realidad devoradora y absurda, de la que muchas veces no podía salir tan fácilmente si no fuera por la palabra sabia de Mel, que le tendía una mano brillante cuando más se acercaba él al abismo de su desesperación.
   
Ya casi eran las siete de la tarde. Se levantó de su asiento, fue rumbo a su taller ubicado al otro lado del jardín. Abrió la puerta con sumo cuidado, al fondo, en el centro podía verse una gran tela inacabada, llena de logaritmos, ecuaciones y gráficas, pues de un tiempo para acá se había obsesionado tanto con las ciencias exactas al grado que su labor artística se viró a contenidos cada vez más difíciles de entender.
   
Entre pensativo y reflexivo se dirigió con paso lento al reproductor de música ubicado en la parte norte de su taller. Sterilenail and thunderbowels. Vertió un poco de acrílico sobre la paleta, y acercándose peligrosamente a un nuevo bastidor coloca tres líneas sin ton ni son, se sienta a contemplar su tarea desprovista de técnica, su técnica desprovista de teoría. Se llevó el pincel a los labios, hecho a un lado la paleta; la música continuaba mientras el clavaba la mirada en la tela.
   
Tocaron a la puerta. Se levantó de golpe. En el marco umbral de la puerta, entre la luz y la oscuridad, ni adentro ni afuera, estaba Melizza, vestida con un largo abrigo que le llegaba hasta las rodillas. Harry la contemplo como suele contemplar una de sus obras terminadas, maravillándose de lo perfecta que era la imagen.
   
–Ya es tarde –dijo Meli.
 
  –Lo lamento, se me fue el tiempo aquí.
 
  Elizza tomó del brazo a Harry y lo condujo a la sala. Esta vez él estaba más callado que de costumbre, cenaron casi en silencio. Cuando llegó la hora de irse a dormir, Harry se adelantó a tomar un baño, mientras que Meli pensaba en qué pudo haber ocurrido. Caminó de un lado a otro hasta que decidió echar un ojo al taller. Cuando hubo estado adentro, contempló con miedo la imagen de un ser con cabeza de gallo, cuerpo de hombre y patas de chivo, llevando atadas a sus manos unas enormes correas que sostenían a tres negros perros que parecían salirse de la tela. No pudo evitar dar un paso hacia atrás. Apagó la luz y salió aprisa del taller, cerrando tras de sí la puerta.
   
Cuando llegó a la habitación encontró a Harry dormido. Ella se sentó al borde de la cama. Pensó mucho hasta que al final se quedo dormida
    ….

    Continuara


José J. González
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