Bienvenidos todos sean. Después de entrar ya no hay que mirar hacia atras.

lunes, 19 de marzo de 2012

Ciudad blanca

Mi amada es una ciudad blanca

…………..

…………..

sus cabellos son árboles frescos de manzanas,

ciruelos y naranjas.

En ella habitan dos peces

quietos y nostálgicos;

por las tardes

el sol tiende a ocultarse en su frente.


Cerca hay un riachuelo delgado y lento

del que surge la palabra «creación»

consultada por el viento.


De su fina blancura, casi albura,

se levanta una soberbia pequeña montaña,

a veces es fría, a veces es cálida.


Mi amada es una ciudad blanca

que guarda en sus aguas el deseo de la vida.


Mis dedos viajeros conocen la ruta

para llegar a la plaza central

donde habitan panales de abejas

que no paran de zumbar.


Mi amada es una ciudad blanca

de la que surgen dos pequeñas cúpulas religiosas

en un acto de perfección divina.

Cada cúpula le adorna una cruz

que reta todo principio de bondad.

Cada cruz es el centro mismo de mi universo.


Mi amada es una ciudad blanca

……………….

……………….

es una ciudad con estepa y fauna

–es un terreno firme y secreto–

es una estepa sin animal fiero,

es una estepa calmada y silenciosa,

una estepa con ombligo quieto.


Existe un lugar en dicha ciudad

donde las flores surgen bellas por ser tierra suaves,

es un lugar cálido y zumbante,

es un lugar de abejas y enjambres.


Éste es un lugar protegido por esplendorosas columnas:

hechura de la arquitectura del mármol geométrico,

envidia de las diosas de vedados nombres,

inspiración de los cantos de natura,

–piernas sublimes que son una hermosura.


Mi amada es una ciudad blanca

que se agita tempestiva y despacio.

……………..

……………..

Mi amada es una ciudad blanca

con blancas manos

que me invitan a descubrirla

en cada uno de sus detalles

por calles, avenidas y valles.


José J. González

Derechos Reservados

miércoles, 14 de marzo de 2012

De noche en la ciudad blanca


¡En el mundo que Él ha creado con su designio
Glorificado Alabado
Magnificado Loado Exsaltado sea el Nombre del Uno Divino
que es Él!
Allen Ginsberg: Himno

«When I was a little child / We often walked the country-side / in brightest sunlight, or in rain / my mother took me by the hand / and as she had me in her tow / a frown then came upon her brow / she turned her head, looked down at me / and spoke these words of prophecy:»

A su arribo fue a hospedarse a una pequeña posada cerca del centro. Ya en su habitación desempacó con sumo cuidado cada una de sus pertenencias. El cansancio derivado del largo viaje se le había impregnado en la parte glauca de la mirada: durante todo el trayecto no había podido cerrar los ojos, su cuerpo no pudo descansar a sapiencia de que en el espacio donde estaría en reposo se encontrara otro espacio moviéndose bajo una velocidad invariable. Lo mejor hubiera sido haber emprendido el traslado en avión, pero da el caso que su temor a volar no se lo permitió.

Por lo general los hombres como éste construyen su propio laberinto, pero no pueden armar alguna máquina que les satisfaga del todo para poder escapar de él. La naturaleza de estos sujetos resulta un tanto difícil de comprender: escapan al común denominador, incluso lo hacen de los más elaborados diagnósticos psicológicos; podríamos argumentar que se mueven bajo una extraña forma de metafísica. No estamos frente a un Holden, o un Arthur Jermyn, o un Harry Haller. Él simplemente era él, creo que si los primeros hombres de pensamientos elaborados le hubiesen conocido lo habrían querido tener como discípulo por este simple hecho.

«Kalte Hände, Froschnatur / von der Liebe keine Spur! / Hast kalte Hände, bist Froschnatur, / nein, von der Lieb' ist keine Spur!» Dos semanas antes de salir de casa había sido atacado por un grande y enigmático perro blanco. Le tuvieron que dar seis puntadas en la pierna derecha, esto provocaba que sus movimientos estuvieran acompañados por cierto dolor. Pero a decir verdad, hace mucho que se había olvidado de dicha sensación. Se levantó del borde de la cama y se dirigió al baño para comprobar si había agua caliente, pues lo que ahora necesitaba era retirarse todo el peso del camino. Giró la llave, de inmediato sintió la frescura soberbia de una ciudad geométricamente obsesiva mojándole el brazo. Pronto se deshizo de la ropa y pudo saberse ligero. Pero el cuerpo lo seguía reteniendo, y a donde él quería ir no podía hacerlo cargando esa masa obsoleta y pesada.

Cuando terminó de bañarse le llamó la atención las formas que adquirían los muebles por un extraño fenómeno luminoso. De repente percibía una profundidad engañosa que le hacía tambalear. Los latidos de su corazón se aceleraron, sentía explotarle el pecho. «Die Fröschelein, die fröschelein / das ist ein lustig Chor. / Sie haben ja, sie haben ja / kein Schwanzen und kein Ohr.» Sus manos estaban completamente frías, un calosfrío le recorrió toda la flauta espina dorsal. Cuando se vio recuperado por un momento corrió a la ventana más próxima, la abrió con frenesí. El aire tibio le golpeó el desnudo pecho, en la cara y en los brazos. Su habitación ubicada en la segunda planta le permitía obtener una hermosa postal nocturna.

Por un instante recordó a Phoebe, a Deep the eternal forest, un viejo lugar en un olvidado pueblo. Pensó en la última noche que durmió al lado de Phoebe, sin darse cuenta ya habían pasado más de diez años desde su muerte y él aún mantenía cada detalle de ella en su mente. Aguzó el oído para querer buscar los sonidos de un Zan, observó con atención esperando visualizar alguna forma neurótica de un Pickman. Pero a pesar de todo no pudo escuchar ni ver algo parecido a lo que deseaba.

A lo lejos los grandes edificios iluminados se levantaban rompiendo con el manto oscuro de un dios olvidado. La noche es sublime, se dijo, es una naturaleza arcana e ignota que no debe de pertenecer al hombre. En el parque cercano aún había un puñado de personas, todas ellas charlando en grupos o en parejas, bebiendo café o fumando un puro. Y más allá, entre unas bancas sombrías, se encontraba un vagamundo, quizá era el único que sentía la presencia de él, o quizá sólo miraba al vacío. Se alejó por un momento de la ventana, pues no se podía explicarse el miedo infundido por aquella asquerosa mirada.

Cerró de par en par la ventana. «Die Fröschelein, die fröschelein / das ist ein lustig Chor. / Sie haben ja, sie haben ja / kein Schwanzen und kein Ohr.» Se dirigió al baño, limpió el espejo. Miró una y otra vez su imagen en aquella imagen, observó sus gestos en esos gestos, su mirada en otros ojos. No podía comprender nada. Había llegado a un lugar que no solicitaba sus servicios. Sólo había venido con instrucciones de recibir instrucciones más tarde. Ahora tenía que esperar a que éstas llegaran, si es que existían en este universo.

José J. González

Derechos reservados