Bienvenidos todos sean. Después de entrar ya no hay que mirar hacia atras.

miércoles, 30 de junio de 2010

Lo problemas de ser común

Erase una vez un hombre con una corbata de puntos coloridos. Caminaba siempre a un lugar inexplícito. Cada vez que se hallaba perdido, miraba la manecilla de su reloj y, sin decir nada, se dirigía hacia donde ésta le señalaba. Mirábanle las aves con asombro, los peces con enojo y los gusanos con miedo.
Tan común era este hombre que el día que no se hallaba donde nunca, nadie lo extrañó. Su corbata colgaba a la distancia, los lunares coloridos ya se habían borrado. En uno de sus extremos sostenía una masa en forma de péndulo. Quien la vio pudo decir con indiferencia: "Fue una corbata pegada a un hombre".
(En verdad ese sujeto estaba ahí)

José "Saiset" Gonzlález
Cuento escrito el día 22 de febrero de 2010
Derechos reservados

martes, 22 de junio de 2010

Especulaciones de la incomodidad de la vida

Suena el reloj con su pesada onomatopeya de monos gritando, a lo lejos bailan dos objetos sin forma, uno parece un lápiz, a los lados le sobresalen dos puntas, su cuerpo es flexible y de la parte última surge un arcoíris de colores secundarios; el otro cuerpo se trata de una libreta, o eso creo, sus líneas se mesen en una espiral metálica y se retuerce como la botella de tortuga, de su interior quejidos son manados, todo se contiene y explota en la tinta-letra de alguna grafía erótica.
La caja de ébano ha caído con el péndulo de sol y se consume en el líquido de los cuerpos desenvainados, la mano sigue la blancura y los dedos medios entran a la locura indiscrepante de la tela: rojo cromático de sol inaudito. La enredadera se abraza a las pulsiones de los filósofos hedonistas. Se sienta en el rayo luminoso de la flora húmeda. Se levanta, va a la cocina, mata un cerdo, lo cocina, no se lo come, aún tiene hambre. Se recuesta en la viga paralela de los ojos de la nada. De esa nada ausente de un todo.
Se abre una puerta torcida, tocan a ella, alguien está afuera, no se levanta, tumban la puerta, la niebla entra de la luna a la cabeza, aquel castillo subterráneo de arena relojera se carcome con el tiempo previsto de la lluvia de una ave lanuda; las orugas caen en los capullos sedosos de hojas verdes, se siembran en la madera y nacen unos cotorros con antenas que se pegan a la pared, parlotean en la intimidad.
Las incrustaciones de las manecillas en el cuerpo nos marcan el terrible momento del abismo, de ese fósforo consumido, de aquella hoja abotonada al abrigo de piel zoomorfa que tantas y tantas veces predice la macabra hora, es hora del vacío, la hora del efimerismo del hombre común y corriente.
José "Saiset" González
Texto escrito el día 14 de noviembre de 2009
Derechos reservados

Oblivion de una vida pasajera

Hace tiempo que deje de soñar. He olvidado mi nombre y me he obligado a colgarme en el cuello una tarjeta con mi dirección. En ocasiones tengo miedo de salir a la calle y perderme. En verdad, la falta de vida onírica me consume por dentro. Es como un gusano invisible que se pasea por mis entrañas.
Cargo en el bolso izquierdo del saco -eso creo- una pequeña libreta con el nombre de mis amigos. Nunca la saco de su sitio, que tal si olvido donde la coloco, o, que tal si la meto en la bolsa equivocada. Ni pensarlo. Cuando llega la noche tengo que dormir con la ropa puesta -aún creo que duermo- pues temo que algún día salgo sin los pantalones y yo no pueda darme cuenta, caramba. No sé hace cuanto que no concilio el sueño. Al esta en la cama giro y giro de un lado a otro. Los ojos me arden y siento explotarlos.El sonido del reloj de muñeca me marca los segundos con su ligera onomatopeya. El corazón le sigue y cada ticccc-taccccc e hace más lento, y más lento. Me levanto y me siento a la orilla del colchón; enciendo la luz, me dirijo a la cocina, enciendo la estufa y coloco una olla espumeante de buen café. Espero. Me doy cuenta que olvide frotar el cerillo con... -no sé-, es más, ni el agua está contenida en la jarra ¿ Sí es una jarra? ¿Qué iba a hacer? Caramba. ¿Qué hago aquí?
Un día estando con mis amigos -no sé ni como llegue a donde ellos- se me olvido sentarme... ¿dondé? , ¿quiénes eran ellos?, y es más, ¿porqué hablaban conmigo? Ah, ya lo sé, son mis amigos. Bueno, eso es lo que me dice mi libretilla. Me levante -acaso estaba sentado- y no sabía hacia donde dirigirme. Caminé cinco pasos cuando sentí la necesidad de regresar. Veía a esas personas mirándome. Me hubiese dirigido hacia ellos si por lo menos recordara cómo caminar. Me sentí tan extraño, esas cosas que estaban plantadas al suelo no se movían; cuando al fin logré avanzar, un resbalón me hizo caer. No me dolía nada, aun olvidé sentir el dolor que eso provocaba. Me quedé tirado, no hallaba la forma de cómo levantarme… (Todo lo demás se muestra como imágenes en blanco dentro de mi mente).
Detesto mi vida. He olvidado tantas cosas, tantas… no es porque quiera, sino porque me es imposible retenerlas. Mirad que una vez en la que me había creído curado contraté a una chica, de esas que su empleo consta en el placer ajeno y… lo olvidé… ah, ya. Pues sí, la llevé a casa, ella me pidió que le pagara primero, según cuestiones de ética. Creía que todo era perfecto. No fue así, olvidé que aún olvidaba las cosas. Tenía ante mis ojos a la más bella mujer nunca antes creada, y desnuda; su abdomen tan perfecto, sus senos redondos y… redondos. Todo de una estética inexplicable. Caminaba lento, tan lento hacia ella. Caray. Se me olvido cómo usar las manos para desabotonarle la camisa, trataba de controlar aquello, pero había olvidado como hacerlo, dos o tres veces me golpeé la cara. No recuerdo más.
Pasado esto y restaurado el control sobre mí, me dirigí a donde ella estaba postrada. Me miraba con asombro. Había olvidado despejarme de todo lo que me cubría. Me recosté a su lado y no recordaba cosa alguna de que hacer en ese momento. Me levanté y le dije que se marchara. Ella me miró con mucho más asombro.
Olvidé el porqué de la visita de tan bella mujer. La vi parada en la puerta como si intentara salir. Le llamé y le pregunté lo que hacía. Me marcho, me contestó. Trataba de recordar que es lo que posiblemente me vendió o intentó venderme. No lo recuerdo. En otro momento llegué a espantarme. Qué tal si se trataba de una ladrona que huía por temor a ser denunciada.
Caminé hacia el baño. Frente a mí se encontraba un sujeto, me veía fijamente. Incluso cuando yo parpadeaba él seguía en su tarea de observarme. Me alejaba y se alejaba. Me pasmé pues sólo podía ver flotar su rostro a su cabeza pegada. Le grité varias veces para que se marchara. Nunca accedió. Enojado, salí de ahí – ¿de dónde?- ah, del baño. Le encerré adentro para que se le quitara lo atrevido.
Hablando de eso, ¿qué paso con la chica hermosa que necesitaba de mi ayuda? La encontré en la calle. Miraba que temblaba de frío. Le ofrecí dinero para que comprara ropa más abrigadora, porque la que llevaba no le cubría lo suficiente. Para pagar mi altruismo decidió acompañarme a casa, la miraba agitada, daba la impresión de que había terminado de correr. No lo sé. Cuando llegamos a mi morada, entró como si fuera su hogar. Qué atrevimiento.
Creo que me confundió con otra persona. Estaba como loca. Gritaba una y otra vez, con voz extraña, palabras como: ¡ay papaíto! ¡No deseas castigarme¡ Por qué razón querría yo hacer eso, nunca me hizo nada para merecerlo. Olvidé el motivo por el cual estaba conmigo. Me imagino que, después de haberle prestado dinero, la invité a comer. Sin embargo, ella no tenía hambre. En cuanto vio la recámara se dirigió hacia allá y empezó a desnudarse. Se recostó en su estado natural. Qué osadía la suya. En fin, a nadie se le puede negar el privilegio de dormir. He de pensar que se sintió incomoda por mi presencia porque un momento después se marchó.
Odio mi vida. De hecho, una vez intente terminar con ésta, pero no lo logré. En esa ocasión me dirigí a la cocina y tomé el cuchillo. Me senté frente a la mesa del comedor. Sobre ésta había un canasto con teleras –no sé cuánto tiempo hacía que estaban allí-. Tenía el artefacto en mis manos y no hallaba que hacer con él. Agarré un pan y lo corté por la mitad con el filo. Me levanté y abrí el refrigerador, saqué un frasco de mermelada. Volví a mi lugar en la mesa, coloque la... –lo olvide- junto al canasto. Olvidé nuevamente qué iba a hacer.
Han pasado semanas. Yo salgo y entro. Veo el cuchillo, el pan y el frasco. Algo muy dentro, pero muy dentro de mí, me dice que todo sirve para algo. Me quedo parado y contemplo aquellos objetos como el sujeto que no tiene conocimiento de nada… de nada.
De qué hablabamos.
José "Saiset" Gozález
Texto escrito el día 13 de octubre de 2009
Derechos reservados

Retrato instrospectivo

De la inconsciencia de aquel sujeto había surgido un diminuto ser, se presentó en la realidad como una canica pequeña.
Rodaba en el piso, de un lado a otro, su frágil cuerpo se movía dentro de tal artefacto. Con las manos tocaba la estructura interna de su contenedor.
El hombre, como dudando de la percepción, moviendo la cabeza de derecha a izquierda, se da cuenta que está solo. Solo en su más intima soledad. Con forme avanza aquella transparente esfera, él se aleja dando pasos hacia atrás, no obstante, se ve truncado por la pared. Sin esperar más. Se agacha y mira a tan extraño y singular ser. El horror le cubrió los ojos. Se había dado cuenta que aquello era una copia de su imagen desgastada.
José "Saiset" González
Texto escrito el día 18 de octubre de 2009
Derechos reservados