Autor: Alfred Otto Wolfgang Scgulze, Wols
La
mañana ha estado muy lluviosa y fría. El despertador me ha anunciado que son
las seis a.m. y yo no quiero levantarme porque los árboles se mueven bajo el
peso del agua y el silbido de las aves; que triste es ver a la gente correr a
sus autos y estrellarse en el vacío de los otros. Esta mañana, con todos sus
sonidos y bajo relieves, me recuerda a esa canción que apenas escuchamos el día
de ayer, ¿sí la recuerdas? Se llama Uncle Albert/admiral Halsey. Toda la
tarde no me cansé de repetirla, e incluso puedo asegurarte que me aprendí de
memoria dos o tres estrofas que no dejé de cantar dentro del camión durante el trayecto hasta
casa.
Este
día parece ser indescifrable como esas pinturas de Burri o M. Tobey; los gatos
pelean adentro y el polvo fresco y pesado bailotea sobre el paso apagado de un
Flaubert olvidado en la esquina. El teléfono suena y yo no puedo echar a un
lado las sábanas que asemejan tu cuerpo de trigo y vino en los viernes
santificados. Esa cruz en mi frente se ha transformado en perfume de tus besos,
delicioso cáliz que brota de tus senos tiernos de gacela.
¿Cuánta
ha sido la angustia guardada por el señor de los mares? Ese Odiseo encalla al
espíritu su nave. El agua de los árboles forma olas obtusas en el viento. Esas
palomas habitan ese papel que se hunde poco a poco en el fondo del rojo de mis
venas. ¿A dónde te has ido por la noche? Cuando volteé para encontrar mis dedos
atorados en tus caderas, sólo observe el vació desesperado durmiendo conmigo.
Me he dado cuenta que esta mañana será más fría y larga que las otras.
Hay
codornices perdidas en las manos del laudero: (Continuidad de la creación) [Locus solus], Novela de simetría perfecta o Sólo
llámenlo.. (Certamen de infamias), no importa que nombre lleve el texto en
cuestión, la verdad no deja de dolerme la cabeza tratando de entender; esos
personajes escurridizos que se arrastran en lo que pareciera ser un dolor de
intelectualismo seráfico no dan tregua alguna, son navajas que hacen marañas
con los ojos. ¿Qué nombre tienes, Wilms
Montt? No me asombraría que tu muerte pase inadvertida como pasa el viento
en el cabello de las señoritas dominicales que asisten a misa y no leen tus
“cuentos”. Pon atención a las comillas.
Creo
que no has leído a ese laudero que semeja a Cristo antes de la cruz; cuando
lo hagas entenderás mi cefalalgia; bien pudiste hacerlo hoy pero te fuiste
rápido olvidando tras de ti una habitación a la Malevitch, ordenando mis
camisas y pantalones para el trabajo, levantando el perfume de nuestras
miradas. Caminas en retroceso para adivinar tus pisadas, para no ahogarte en
tanta agua que afuera sigue fluyendo.
Ese
vino es la sangre de Dios. Los peces se multiplican cuando la tarde llega lenta
montando llamas. La granada se precipita hasta mis cienes, me eres proclive a
la visita de la luz y la nostalgia de la aguatinta. Que suaves se han vuelto la
sombra y el gris de los Wols que se amontonan en mis paredes crepusculares;
regresas siempre y te espero guardando bajo mis ropas una piel cálida,
resultado del roce de tu lengua con mis labios.
Hay
estambre en tu vientre. Está noche antes de que escaparas he bordado un sweater
en tu interior. Estamos a medio año de diciembre y siento el frio recorrer mi
medula, calcinando mis nervios que se destornillan ajenos y sin prisas.
La
lluvia no ha cesado. Tengo una ligera sospecha que al salir podré encontrarte,
es una sospecha a simulacro. 3… 2… 1…
Toda
el agua se ha apagado y esas manos que sostienen el orden han consagrado su
vida al mar y su espuma. Te bautizo como mi Virgilia.
José J. González
Cuento escrito el día 16 de junio de 2014
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