Durante un momento sólo hubo una impetuosa y
fantástica luz que tocaba y penetraba todas las cosas.
(Poe: Conversación
de Eiros con Charmión)
Aún falta mucho tiempo, pero
no tanto como el que creemos. Todo tiende a llegar a su fin, es el ciclo
natural de todas las cosas, tenemos que entenderlo. Incluso, llegado el
momento, hasta lo eterno ha de culminar su acto.
Todos pudieron ver en el cielo la aparición de una gran
mancha rojiza, una mancha informe, que a primera vista parecía ser una nebulosa.
Los enormes radares que monitoreaban el universo nunca se percataron de su
presencia, para toda la comunidad científica resultaba un hecho bastante extraño.
De inmediato las grandes mentes de todo el mundo se dieron a la tarea de
investigar lo que estaba ocurriendo. Pronto pudieron saber que aquella
informidad se encontraba a pocos días del sol, a pesar de los muchos intentos,
nunca se logró saber el tamaño aproximado del objeto, pues una y otra vez que
se hacía el cálculo, resultaban cantidades inconmensurables, cantidades que
albergaban miles de dígitos, cosa que desconcertaba a todos.
La luz que despedía aquella mancha era tan singular,
parecía tener un tono parecido al azul cerúleo. Tanto de día como de noche era
tan visible. La gente, sumida en la más nerviosa de las desesperaciones,
contemplaba con terror el crecimiento de la mancha. Empezaron a haber olas de
saqueo, asesinatos, violaciones y todo acto que condena el buen juicio y
razonamiento. Los animales, por su parte, se mantenían tranquilos, todos ellos
miraban al cielo sin emitir sonido alguno, muchos dejaron de comer, causando de
esta forma su muerte voluntaria.
A pesar de su gran luz, no había cambio alguno en la
temperatura, hecho que no entendían los
científicos. La gran mancha se movía, cambiando de esta manera su forma, como
si se tratará de una nube más en el cielo. Las poderosas naciones dejaron de intentar cualquier cosa
cuando se dieron cuenta que sus armas más poderosas no operaban cambio alguno
en la naturaleza del fenómeno. Pronto el silencio se apoderó de la tierra.
Los relojes dejaron de funcionar, toda la energía
eléctrica desapareció extrañamente. Los ríos y los mares dejaron de moverse. En
los cielos ya no podía verse ni un ave. Todos aguardaban el terrible día en que
aquella masa chocaría con el sol.
Los predicadores empezaron a llamar esto como el
apocalipsis, la segunda llegada del Cristo, pero no se podrían dar cuenta que
lo que ocurriría terminaría incluso con lo que se conoce como Dios.
No faltó quien afirmara que aquello no era más que el
gran dios-mensajero Nyarlatothep que traía noticias del gran Caos Estúpido.
Muchos otros dijeron que todo se trataba de una invasión extraterrestre,
argumentando que se habían visto platillos voladores días antes de que la
mancha apareciera. Algunos se contentaban manteniendo en sus mentes estas
hipótesis, aunque supieran que todas eran falsas.
Pronto llegó la madrugada del quinto día. La gran masa se
encontraba en su máximo esplendor. Arriba parecía ya no haber más estrellas,
como si todas hubieran sido absorbidas por ese extraño cuerpo. Dieron las siete
de la mañana, el sol salió como de costumbre, esta sería la última vez que se
asomaría para todos. Cuando el astro rey se encontraba en el cenit y la gran
mancha parecía estar más cerca, ocurrió lo esperado por la humanidad entera.
La mancha rojiza cubrió el sol, haciendo que se hinchara
a un volumen impresionante. Los ojos curiosos comprendieron que el final había
llegado. El sol estalló. El fuego de la explosión cubrió los primeros planetas,
evaporándolos al instante, en menos de un segundo la tierra y todos sus
pobladores comenzaron a fundirse. Nadie sintió nada. La gran mancha creció
inconmensurablemente expandiéndose a todos los rincones del universo a una
velocidad millones de veces superior a la de la luz.
Un estruendo que en los santos días idos nunca se escuchó, retumbó horriblemente en cada
esquina del cosmos, al tiempo que el fuego consumía todo a su paso,
desapareciendo estrellas, galaxias, nebulosas, y todo lo que se le ponía al
frente. Pronto la explosión llegó a la parte vacía del universo, pero aun así
no se apagó. El hogar de Dios desapareció, Él se evaporó como sucedió con toda
la materia y sustancia.
José J.
González
Cuento
escrito el 8 de agosto de 2012
Derechos
reservados
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