A Dulce
Aquella noche llegó a la
casa con una gran caja de madera. Harry la metió con mucho trabajo a la sala.
Esa noche no le presté mucha atención a aquel artefacto. Miré con asombro a
Harry, sus brazos aún palpitaban la fuerza de aquel empuje que tuvo que ser
sobrehumano. El reloj no dio las habituales nueve campanadas que se escuchan
cuando son habitualmente las nueve de la noche. Era como si el tiempo en la
habitación hubiese dejado de existir. Me levanté de la cama con paso ligero y
sigiloso; dirigí una rápida mirada a la caja ubicada al centro de la sala.
Cuando estuve cerca de ella la toqué, Harry de inmediato me apartó del lugar;
yo no pude creer en el miedo que se reflejaba en sus ojos.
Su miedo me lo contagió, recorrió toda mi
espalda. Algo ahí dentro se movía. Me eché hacia atrás. Por alguna extraña
razón me encontraba temblando. Miré nuevamente a Harry. ¿Qué sucede?, le dije.
Él guardó silencio. Maldito silencio, me dije en mis muy adentros. La caja se
movió con mayor fuerza. ¿Qué rayos hay
allí adentro? Siguió con su silencio. Luego de quedarse mucho tiempo de pie
fue a la habitación; se desabrochó la camisa, se desató los cordones de los
zapatos, con lentitud se despojó de toda la ropa; se metió a las cobijas, se
acomodó en posición fetal; me di cuenta que estaba asustado. No resistí el
hecho de quedarme a solas en la sala. Con paso presuroso decidí acompañar a
Harry en la cama. Lo abracé. Él estaba temblando. Estaba frío. La caja se
seguía moviendo. Me levanté y cerré la puerta de la recamara.
En toda la noche no pude cerrar
completamente los ojos. El reloj, mientras tanto, seguía sin emitir sonido
alguno. A pesar de que tenía los ojos completamente abiertos, no sentí la hora
cuando Harry se marchó. Parecía que me encontraba en una especie de hipnosis.
La maldita caja se seguía moviendo. Eran las ocho de la mañana. Me senté en un
borde de la cama.
A eso de las dos de la tarde mis nervios
se estaban destrozando. Trataba a toda costa no encontrarme frente a frente con
aquello. Algunas veces, del interior,
surgían sonidos sordos y ahogados. Yo me quedaba quieta esperando algún suceso.
La tarde llegó presurosa. Ahora que lo
recuerdo, aquel día cumplíamos tres años de habernos conocido. Pero la llegada
de aquella caja venía a alterar todo un universo. Dudo que se acordara.
Harry llegó, su rostro no había cambiado
en nada, de hecho parecía más perdido. Caminó hacía el baño, abrió la llave de
la regadera. Cerró la cortina. Y de pronto comenzó a silbar. Un silbido alegre
acompañaba la caída del agua. No comprendía nada. ¡Harry!, le grité. No
respondió. Mi cuerpo se deshacía por el miedo terrible. La puerta del baño se
abrió. Harry salió desnudo. Fue directo a la habitación y se colocó con esmero
uno de sus mejores trajes. Lo miré con atención ominosa. La caja continuaba
moviéndose. Cuando Harry terminó de arreglarse se levantó y caminó hasta donde
me encontraba. Sus ojos estaban serios. Me tomó de la mano y me dejé llevar
inconscientemente hasta la sala. Me soltó. Con una espátula, que no sé de dónde
rayos salió, se acercó a la caja. Escuché un fuerte golpe. La caja estaba
siendo abierta. Sentí que mi alma toda se abandonaba a formas terribles, a
seres quiméricos contenidos en aquel objeto. Cerré los ojos. No recuerdo en que
punto me desmayé.
Las carcajadas de Harry me trajeron en mí.
De inmediato pensé que él había sido poseído por aquella fuerza encerrada en la
caja. Lloré. Creí que lo había perdido. Todo fue un maldito caos. Lo veía a él
riendo. Sus ojos ahora estaban extrañamente alegres. Me extendió la mano para
que pudiera levantarme. La rechacé por temor. ¡Aléjate de mí!, grite. Pero
seguía riendo. Luego vino el sonido de dos aplausos. Hubo silencio. Luego un
ruido de pisadas. De uno de los laterales de la caja salía un pequeño, gracioso
mono café. Un mono café. Un pinche, puto y gracioso mono café.
–¡Sorpresa! –Gritó Harry–. ¡Feliz
aniversario!
El muy jodido me había traído a casa un
mono café como regalo.
José
J. González
Derechos
reservados
Publicado
el 1 de marzo de 2012 en el número 2011 del Semanario
El Punto
La imagen es la misma con la que aparece publicado en el semanario
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