(Los cuerpos engendran ahora por última vez)
Tú, gran masa, que una vez pensó, razonó
e incluso amó, has caído de forma pesada al lugar de donde naciste. Cada una de
tus partes que te conformaban, se han llenado de agua oscura y latiente. Verás
que te es negado el acto de la resurrección.
Con
la mano diestra has dado muerte al hermano, porque pensabas que agradaba más al
universo que los contenía. Su sangre se ha tendido sobre toda la tierra, sobre
cada paso descompasado de los tristes viajeros que querían la paz del orden y
el caos.
Tu
castigo es vagar interminables años a través de tierras y mares desconocidos,
implorando el fuego cósmico para que venga a darte el fin de tu suplicio. Te
desgarras la piel como lo hace el desesperado, el condenado a muerte, el
olvidado. Con tus propios dedos sacas de tu interior la mierda que te ha hecho
caminar para que la vuelvas a tragar.
Quieres
cortarte los pies para evitar el camino largo y espinoso; quieres devorarte los
ojos para evitar ver lo que has provocado. Quieres anularte las manos para
evitar tomar la espada que reta toda bondad espiritual.
¡Y
sigues comiendo! Acaso no te has atascado la boca con la carne de tu hermano,
no te ha calmado la sed toda la sangre que se ha derramado sólo para llenar tu
copa de oro falso que tarde o temprano se romperá.
Come
como nunca lo has hecho, porque majar como éste no existirá dos veces. La carne
que pruebas no la tocarán ni los gusanos, porque no les pertenece, hasta ellos
saben guardar cierta distancia.
Llénate
las voraces manos, sucias por la basura en la que te revuelcas, y procura no
manchar el mantel que se tiende solemne ante tus asquerosos pies de hombre.
¿Por
qué te atreviste a defecar sobre el principio?
¿Esperas
que alguien te levante la mano para saberte victorioso?
Destrózate
las costillas como los carniceros se lo hacen a los cerdos.
No
hay derecho para que vuelvas a pisar las grandes letras formadoras de toda
co-creación.
No
hay derecho para mires hacia al frente sin que todo lo que se miré por tus ojos
agusanados se llene de cuerpos hediondos y putrefactos.
Que
la lengua te sea cortada, porque en verdad la has utilizado mal. Destruyes con
cada sonido que de ella mana. No te has puesto a pensar en la belleza innata de
las consonantes primarias, y por tu estupidez se han visto manchadas.
Que
el corazón te sea sacado desde las entrañas y sea tirado a las bestias
carroñeras que ahora circundan la tierra que has pisado. Que cada molécula de
ese corazón marchito y negro acabe siendo una inexistencia.
Que
el estómago te sea reventado con tal violencia que te haga recordar el dolor
que causaste a otros hombres, que nada tenían que ver en tu furia y guerra.
Serás alimento infame para las moscas apocalípticas que se acercan veloces
zumbando por el cielo manchado.
Adoraste con enfermo frenesí el polvo y
el agua pestilente de un falso placer.
Los hijos de los doce padres-hermanos
se avergüenzan de su raza.
El brillo de las constelaciones se
encargará de borrar de las grandes listas tu nombre de hombre.
Encárguense los nombres ya olvidados y
guardados por eones de desprenderte cada dedo, cada brazo, cada pierna. Que
seas rebanado en canal para ser expuesto a los ojos de tus semejantes.
Los fluidos de tu insomne cuerpo se
regaran por los ríos, por los mares, la lluvia la repartirá en todo el mundo,
tanto el de arriba como el de abajo.
José. J. González
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