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jueves, 16 de agosto de 2012

Algunas anotaciones sobre Zoe y Necros


I. Láminas de Herrman Rorscharch[1]
El hombre es como un gran frasco de mermelada, que al caer de una altura considerable puede quebrarse, esparciendo por todos lados su contenido. Puede caer o, en otro caso, alguien puede pegarle con un bat  u otro instrumento, con el simple fin de hacerlo volar, para que todo lo que está adentro salga disparado al espacio ansioso de crear formas graciosas, abyectas o terroríficas.
El hombre es como un frasco, que al romperse deja en el suelo, pared, etcétera, alguna evidencia de su fragilidad. Los demás frascos al pasar cerca de donde ha ocurrido el fenómeno de la caída, comprenderán que no están exentos a ser ellos los siguientes en romperse. Mirarán asustados lo sucedido, algunos fingirán indiferencia, pero por dentro estos son los más preocupados por su naturaleza finita.
Llegarán los frascos fotógrafos y dispararán flashazos a todo, a cada pedazo del que antes había sido un frasco entero. Vendrán los frascos forenses y recogerán lo que ha quedado, no se darán a la tarea de limpiar con minucia el contenido que se ha esparcido por las calles, a todas direcciones. Quedarán grandes, pequeñas manchas de esa mermelada. Los frascos transeúntes no evitarán el morbo y se acercarán al lugar de los hechos. Algunos tratarán de interpretar lo que ha ocurrido ahí a partir de las manchas que queden.
Los frascos con más mermelada en la tapa se aventurarán a crear historias muy imaginativas, con una trama compleja, triángulos amorosos, riñas callejeras, ajuste de cuentas, etcétera; algunos más, los que creen tener visión de artista, verán en todo el fenómeno un hecho artístico, verán en ese desparrame cierto orden de atracción o repulsión.
A la mañana siguiente los diarios encargados de alimentar el morbo, exhibirán en sus portadas de primera plana las fotografías del pobre frasco, quien lucirá un encabezado que irá según a su condición. Para algunos lectores dicha imagen será “poesía pura”[2], se deleitará con cada uno de los detalles que se mostrará sin la menor consideración a la naturaleza del frasco. Lo que se trata de hacer es explotar la imagen.
Así pasará siempre, todos los días, frascos cayendo, frascos siendo reventados, siendo objeto de las más increíbles formas de violencia para demostrar lo frágil que resulta la materia que nos contiene. Siempre habrá manchas creando láminas, historias e interpretaciones.
Dime lo que ves, y ahora parte a saber, por ti mismo, quién eres.

II. Naturaleza muerta
Eine blautlache / voll / Sonne woll Sommer / auf der Landstrasse // Eine abgestückelte Hand / handlich / zum Vergnügen / den fliegen // wie´s summt / von Genuss / bitte / des Ohr offen // still / stiller als je / das Leben / so besonnt[3]
En cuanto a seres se refiere, podemos hallar dos divisiones: seres inorgánicos y seres orgánicos. Ahora bien, recordando un poco el tercer libro de la  física de Aristóteles, podemos decir que el ser orgánico se compone de tres estadíos: vegetativo, sensitivo y racional:
Dentro de la clasificación de seres orgánicos, que comprende los reinos vegetal y animal, se encuentran múltiples subdivisiones que caracterizan a las distintas clases de seres, sin que dejen sus notaciones esenciales. La planta, la bestía y el hombre realizan funciones vegetales; por consiguiente en esta característica son completamente iguales estos seres. [4]
A partir de esta naturaleza orgánica-vegetativa, el hombre, como cuerpo tenderá a nacer, crecer y morir como toda buena planta que ha surgido de la tierra. Es sin lugar a dudas, un ser que nace de la tierra y a ella misma vuelve.
Esta misma condición me hace pensar que, entonces, en cuanto a representación del cuerpo humano por medio de la pintura, podemos comprender dos grandes áreas: la naturaleza muerta –en la que hemos de ubicar la naturaleza orgánica del hombre– y el bodegón.
Tomaremos las definiciones que hace Enrique F. Gaul en el primer capítulo de La pintura de “cosas naturales”,[5] y diremos que la naturaleza muerta es aquella “composición inspirada en elementos del mundo orgánico; será “bodegón” lo otro, lo inspirado en los objetos manufacturados por el hombre”.[6]
Si trasladamos esto al plano de la representación, podemos decir que todo dibujo o pintura de algún desnudo, siempre y cuando no haya algo que ornamente el ambiente, será sin lugar a dudas naturaleza muerta¸ entendiendo al elemento representado a partir de su naturaleza orgánica. Y será bodegón, en caso de que el cuerpo humano se encuentre adornado por elementos fuera de su condición natural.
En el texto de Bef, gracias a su plasticidad, podemos encontrar algunas imágenes para ejemplificar lo expuesto: “El cadáver de una mujer recién prensada entre un auto y un poste de luz”.[7]
A juzgar, estamos frente a una imagen perteneciente a la características del bodegón, pues a pesar de que hay un elemento orgánico [el cadáver de una mujer] , la escena se complementa con el auto y el poste, ambos, objetos realizados por la mano del hombre. Tendríamos naturaleza muerta si la imagen fuera de una mujer recién prensada entre un auto y un grueso tronco de árbol.
Bajo esta perspectiva resulta casi imposible encontrar alguna imagen que sea puramente naturaleza muerta en la novela de Bef; pero sí la podemos encontrar en Almazán:
Las moscas que atraen los doscientos treinta y ocho cadáveres vuelan alrededor de nuestros rostros. El forense las maldice e intenta ahuyentarlas. Falla. Están hambrientas y no dejarán pasar aquel festín de carne podrida. Frente al olor tampoco lograremos mucho. Parece no haber tapabocas que contenga esa miasma que espanta, que desfonda. En algún momento le diré al forense que me siento pesado como si fuera uno de esos muertos que, desde abril, empezaron a brotar del subsuelo.[8]
La naturaleza muerta nos ayuda a comprender que la condición de los objetos orgánicos tiende a agotarse, a morir. Lo que se trata de hacer con esta forma de pintar es, sin lugar a dudas, representar un instante de ese devenir que siempre está en constante cambio.

III. Kitsch
Hacia 1916, en Alemania, cierto poemario fue sacado de la circulación, debido a que su contenido no era el adecuado para la época, porque se enfocaba a tratar al hombre a partir de su fragilidad; los poemas hacían referencia a la condición vegetativa, a la etapa final: la muerte. Nos referimos a Morgue y otros poemas de Gottfried Benn:
Dos en cada mesa. Hombres y mujeres / en cruz. Cerca, desnudos, y, pese a ello, sin dolor. / El cráneo abierto. El pecho partido en la mitad. Los cuerpos / engendran ahora por última vez. / Cada uno llena tres cazuelas: desde el cerebro hasta los testículos. / Y el templo de Dios y el Corral del demonio / ahora pecho a pecho en el fondo de un cubo / se ríen del Gólgota y del pecado original. / El resto, en ataúdes. Sólo nuevas creaturas: / pierna de hombre, pecho de niño y pelo de mujer. / Yo vi lo que engendraron dos que antaño se jodían, / yacer allí, como si hubiera salido de un cuerpo materno.[9]
Siempre pasa lo mismo con todo aquel que intenta hablar sobre lo que no sé tiene que hablar, es vetado y tratado por los demás como loco, enfermo, conceptos que al final de cuentas hacen que ande de boca en boca, pues no olvidemos que todo lo prohibido incita más la curiosidad. Como ejemplo tenemos al Marqués de Sade, del que mucho se habla, pero del que puedo asegurar, poco se lee.
La historia está encaminada a no hablar de estos personajes tan singulares que nos hablan de la naturaleza humana, sus vicios, su fragilidad, etcétera. Esto mismo ocurre con muchas cosas que se observan hoy en día, nadie puede hablar de ciertos temas porque no es correcto. Hablar de sexo o copula no es bien visto, saber que un día hemos de morir, ni pensarlo, “por qué mejor no te dedicas a vivir y dejas de preguntar eso”.
Hace tiempo, como unos ocho años atrás, llegó a mí un ejemplar de La insoportable levedad del ser, en uno de sus capítulos me daba razón, para ese entonces, de algo nuevo, me refiero al kitsch, que, como lo apunta el autor “es la negación absoluta de la mierda; en sentido literal y figurado: el kitsch elimina de su punto de vista todo lo que en la existencia humana es esencialmente inaceptable”. [10]
De lo que no hablamos es de lo que negamos, y es, precisamente, porque nos causa repulsión hacerlo, ya sea porque nos da muestra de algo que no queremos ver o enterarnos. Nadie se atreve a pensar en su muerte, porque eso implicaría pensarse como materia orgánica que puede pudrirse, que el cuerpo, después de morir se verá bañado en sus propios jugos. No. En eso no se puede pensar, sólo nos quedamos con lo que permanece en el exterior, nos olvidamos que por dentro estamos compuestos por tripas, hígado, fluidos, etcétera.
Un caso interesante de Kitsch[11] se da en los superhéroes o en las actrices guapas de la televisión o revistas. Nos quedamos con lo que se nos vende, con la envoltura. Lo bello se acabaría si pensamos en un momento que ese supermán también tiene que bañarse, limpiarse los dientes, etcétera, o que esa actriz también tiene que cagar, pues es una función natural de todos los seres orgánicos, porque si no lo hace se le puede reventar un intestino y tendrían que hacerle un lavado estomacal.
Pero que ocurre con quien sabe que la mierda, se hable o no de ella, sigue estando ahí, que sabe es inevitable libarse de ella –es como no pensar nunca en el oxígeno que respiramos, pero que por él estamos vivos–, sin lugar a dudas, es visto como un loco, alguien anormal con alguna enfermedad mental. Saber que uno, cuando muera, ha de ser devorado por los gusanos, no implica que haya gusto a ello, sino que es saberse en su condición natural.
Aun puedo recordar el día que una necroartista, montó una exposición en X museo de la Ciudad de México, todos los que asistieron miraban con asombro y repulsión lo que estaba frente a ellos, las miradas de asco corrían de un lado a otro al contemplar cuerpos nunca reclamados en la morgue puestos en posiciones abyectas como las que nos describe Bef: “un hombre decapitado posaba desnudo sobre una banca. En la otra, la cabeza de ese mismo sujeto, la tapa de los sesos arrancada para la autopsia, había sido rellenada con peras y manzanas para hacer de frutero”.[12]
La exposición se componía de veinticinco piezas, todas ellas mostrando cuerpos decapitados, troceados, frascos con fluidos corporales, videograbaciones de necropsias, bandejas llenas de órganos, tapetes hechos con las sabanas que cubrían dichos cuerpos, y un gran carrusel de animales.
El que tenga ojos que vea.

IV. Comer la propia asadura del hermano
“Cronos los tragaba a medida que desde el seno sagrado de su madre le caían en las rodillas”.[13]
El hombre desde siempre convive con la muerte, sabe que va a morir, pero prefiere no pensar en ello, pues le aflige y le causa temor. No hay nacimiento como tal, hay una nueva muerte.
Algunos aún se muestran aterrados pensando que han de dejar de habitar su cuerpo, que, como dice Hobbes, no es más que simple materia. Otros más empiezan a aceptar su condición finita, y esto provoca que tengan menor temor a ello. Pero, exista o no aceptación, no dejamos de pensar que, así como uno puede morir por causas naturales, también puede morir porque alguien más ha decidido sobre su propia vida: asesinato.
En el segundo caso, a pesar de que nos mostramos ajenos a la muerte de quien ha sido acabado, no podemos sentirnos del todo tranquilos, hay algo que nos inquieta, sentimos calosfrío en la piel cuando vemos en el periódico la imagen de alguien que ha sido decapitado, desollado, etcétera.
El hombre se come al propio hombre, ya sea a partir de la ejecución de actos en contra de la vida del otro, o, en su caso más cotidiano, viendo las fotografías que aparecen en esos diarios donde se muestra un cuerpo, una masa de carne inerte. Homo homini lupus, dijera Plauto.
Todo queda representado en un óleo de Klimt: Muerte y vida, donde ambos elementos se conjugan y nos hablan de su coexistencia mutua, donde unos esperan sonriendo, otros más con los rostros ocultos, temiendo el efecto de su propia naturaleza.
Bibliografía
Benn, Gottfried. Morgue y otros poemas¸ Editorial Pequeña Venecia, Berlín, 1912
Fernández Bef, Bernardo. Tiempo de alacranes¸ Booket, México, 2006
Gual, Enrique F. La pintura de “cosas naturales”, SEP, México, 1973
Kundera, Milán. La insoportable levedad del ser¸ Narrativa actual,  España, 2002
Hesíodo. Teogonía. El escudo de Heracles¸Porrúa, México, 2004
Márquez Muro, Daniel. Lógica simbólica¸ ECLALSA, México, 1951
Menéndez Samará, Adolfo.  Breviario de psicología, Porrúa, México, 1947
Peter Keller, Hans. Antología, Plaza & Janes, Barcelona, 1982


[1] Nota: En 1857 Justinius Kerner publica en Tubinga su obra Klektopografías, antecedente directo para que Rorscharch creara sus láminas de tinta. En palabras de Kerner, estas láminas pueden adquirir diversos significados según el sujeto que las contemple, pueden ser interpretadas tanto por el hombre como por la mujer, por el culto o el inculto, el niño o el adulto, el sano o el enfermo; su principal característica es la dar un supuesto de la personalidad. Para verificar lo expuesto aquí se puede confrontar el Brevario de psicología escrito por el doctor en filosofía Adolfo Menéndez Samará.
[2] Bernardo Fernández Bef. Tiempo de alacranes, p.75
[3] Un charco de sangre / hasta el borde / sol lleno de verano / en la carretera // una mano destrozada / a mano / para placer / de las moscas // como zumban / de gozo / prestemos atención, ea / silenciosa / más silenciosa que nunca / la vida / tan soleada. “Naturaleza muerta” de Hans Peter Keller en  Antología.
[4] Daniel Márquez Muro. Lógica simbólica, p. 4
[5] Las comillas pertenecen al título.
[6] Enrique F. Gaul. La pintura de “cosas naturales”, p. 11
[7] Tiempo de alacranes, p. 75
[8] Alejandro Almazán. Carta desde Durango
[9] Gottfired Benn. “Requiem” en Morgue y otros poemas, p. 15
[10] Milán Kundera. La insoportable levedad del ser, p. 275
[11] Esta misma visión se ve más arraigada en cuanto a la figura de Cristo, no podemos referirnos a él como si nos refiriéramos a un mortal más, hacerlo equivaldría quitarle su carga divina y rebajarlo a la nuestra, lo que implicaría verlo como un ser orgánico más que tenía que cumplir con un ciclo: nacer-crecer-morir. Si lo tomamos así, también tendríamos que verlo como alguien que tenía que alimentarse y defecar, puesto que su estructura finita se lo exigiría. A este respecto, prefiero no entrar en detalles.
[12] Tiempo de alacranes, p. 76
[13] Hesíodo. Teogonía. El escudo de Heracles , p. 12

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