I. Láminas de Herrman Rorscharch[1]
El hombre es como un gran frasco de
mermelada, que al caer de una altura considerable puede quebrarse, esparciendo
por todos lados su contenido. Puede caer o, en otro caso, alguien puede pegarle
con un bat u otro instrumento, con el
simple fin de hacerlo volar, para que todo lo que está adentro salga disparado
al espacio ansioso de crear formas graciosas, abyectas o terroríficas.
El hombre es como un frasco, que al
romperse deja en el suelo, pared, etcétera, alguna evidencia de su fragilidad.
Los demás frascos al pasar cerca de donde ha ocurrido el fenómeno de la caída,
comprenderán que no están exentos a ser ellos los siguientes en romperse.
Mirarán asustados lo sucedido, algunos fingirán indiferencia, pero por dentro
estos son los más preocupados por su naturaleza finita.
Llegarán los frascos fotógrafos y
dispararán flashazos a todo, a cada pedazo del que antes había sido un frasco
entero. Vendrán los frascos forenses y recogerán lo que ha quedado, no se darán
a la tarea de limpiar con minucia el contenido que se ha esparcido por las
calles, a todas direcciones. Quedarán grandes, pequeñas manchas de esa
mermelada. Los frascos transeúntes no evitarán el morbo y se acercarán al lugar
de los hechos. Algunos tratarán de interpretar lo que ha ocurrido ahí a partir
de las manchas que queden.
Los frascos con más mermelada en la
tapa se aventurarán a crear historias muy imaginativas, con una trama compleja,
triángulos amorosos, riñas callejeras, ajuste de cuentas, etcétera; algunos
más, los que creen tener visión de artista, verán en todo el fenómeno un hecho
artístico, verán en ese desparrame cierto orden de atracción o repulsión.
A la mañana siguiente los diarios
encargados de alimentar el morbo, exhibirán en sus portadas de primera plana
las fotografías del pobre frasco, quien lucirá un encabezado que irá según a su
condición. Para algunos lectores dicha imagen será “poesía pura”[2],
se deleitará con cada uno de los detalles que se mostrará sin la menor
consideración a la naturaleza del frasco. Lo que se trata de hacer es explotar
la imagen.
Así pasará siempre, todos los días,
frascos cayendo, frascos siendo reventados, siendo objeto de las más increíbles
formas de violencia para demostrar lo frágil que resulta la materia que nos
contiene. Siempre habrá manchas creando láminas, historias e interpretaciones.
Dime lo que ves, y ahora parte a
saber, por ti mismo, quién eres.
II. Naturaleza muerta
Eine
blautlache / voll / Sonne woll Sommer / auf der Landstrasse // Eine
abgestückelte Hand / handlich / zum Vergnügen / den fliegen // wie´s summt /
von Genuss / bitte / des Ohr offen // still / stiller als je / das Leben / so
besonnt[3]
En cuanto a seres se refiere, podemos
hallar dos divisiones: seres inorgánicos y seres orgánicos. Ahora bien, recordando
un poco el tercer libro de la física de Aristóteles, podemos decir que
el ser orgánico se compone de tres estadíos: vegetativo, sensitivo y racional:
Dentro de la
clasificación de seres orgánicos, que comprende los reinos vegetal y animal, se
encuentran múltiples subdivisiones que caracterizan a las distintas clases de
seres, sin que dejen sus notaciones esenciales. La planta, la bestía y el
hombre realizan funciones vegetales; por consiguiente en esta característica
son completamente iguales estos seres. [4]
A partir de esta naturaleza
orgánica-vegetativa, el hombre, como cuerpo tenderá a nacer, crecer y morir
como toda buena planta que ha surgido de la tierra. Es sin lugar a dudas, un
ser que nace de la tierra y a ella misma vuelve.
Esta misma condición me hace pensar
que, entonces, en cuanto a representación del cuerpo humano por medio de la
pintura, podemos comprender dos grandes áreas: la naturaleza muerta –en la que
hemos de ubicar la naturaleza orgánica del hombre– y el bodegón.
Tomaremos las definiciones que hace
Enrique F. Gaul en el primer capítulo de La
pintura de “cosas naturales”,[5] y diremos que la
naturaleza muerta es aquella “composición inspirada en elementos del mundo
orgánico; será “bodegón” lo otro, lo inspirado en los objetos manufacturados
por el hombre”.[6]
Si trasladamos esto al plano de la
representación, podemos decir que todo dibujo o pintura de algún desnudo,
siempre y cuando no haya algo que ornamente el ambiente, será sin lugar a dudas
naturaleza muerta¸ entendiendo al
elemento representado a partir de su naturaleza orgánica. Y será bodegón, en
caso de que el cuerpo humano se encuentre adornado por elementos fuera de su
condición natural.
En el texto de Bef, gracias a su
plasticidad, podemos encontrar algunas imágenes para ejemplificar lo expuesto:
“El cadáver de una mujer recién prensada entre un auto y un poste de luz”.[7]
A juzgar, estamos frente a una imagen
perteneciente a la características del bodegón, pues a pesar de que hay un
elemento orgánico [el cadáver de una mujer] , la escena se complementa con el
auto y el poste, ambos, objetos realizados por la mano del hombre. Tendríamos
naturaleza muerta si la imagen fuera de una mujer recién prensada entre un auto
y un grueso tronco de árbol.
Bajo esta perspectiva resulta casi
imposible encontrar alguna imagen que sea puramente naturaleza muerta en la novela de Bef; pero sí la podemos encontrar
en Almazán:
Las moscas que atraen los
doscientos treinta y ocho cadáveres vuelan alrededor de nuestros rostros. El
forense las maldice e intenta ahuyentarlas. Falla. Están hambrientas y no
dejarán pasar aquel festín de carne podrida. Frente al olor tampoco lograremos mucho.
Parece no haber tapabocas que contenga esa miasma que espanta, que desfonda. En
algún momento le diré al forense que me siento pesado como si fuera uno de esos
muertos que, desde abril, empezaron a brotar del subsuelo.[8]
La naturaleza muerta nos ayuda a
comprender que la condición de los objetos orgánicos tiende a agotarse, a
morir. Lo que se trata de hacer con esta forma de pintar es, sin lugar a dudas,
representar un instante de ese devenir que siempre está en constante cambio.
III. Kitsch
Hacia 1916, en Alemania, cierto
poemario fue sacado de la circulación, debido a que su contenido no era el
adecuado para la época, porque se enfocaba a tratar al hombre a partir de su
fragilidad; los poemas hacían referencia a la condición vegetativa, a la etapa
final: la muerte. Nos referimos a Morgue
y otros poemas de Gottfried Benn:
Dos en cada mesa. Hombres y mujeres /
en cruz. Cerca, desnudos, y, pese a ello, sin dolor. / El cráneo abierto. El
pecho partido en la mitad. Los cuerpos / engendran ahora por última vez. / Cada
uno llena tres cazuelas: desde el cerebro hasta los testículos. / Y el templo
de Dios y el Corral del demonio / ahora pecho a pecho en el fondo de un cubo /
se ríen del Gólgota y del pecado original. / El resto, en ataúdes. Sólo nuevas
creaturas: / pierna de hombre, pecho de niño y pelo de mujer. / Yo vi lo que
engendraron dos que antaño se jodían, / yacer allí, como si hubiera salido de
un cuerpo materno.[9]
Siempre pasa lo mismo con todo aquel
que intenta hablar sobre lo que no sé tiene que hablar, es vetado y tratado por
los demás como loco, enfermo, conceptos que al final de cuentas hacen que ande
de boca en boca, pues no olvidemos que todo lo prohibido incita más la
curiosidad. Como ejemplo tenemos al Marqués de Sade, del que mucho se habla,
pero del que puedo asegurar, poco se lee.
La historia está encaminada a no
hablar de estos personajes tan singulares que nos hablan de la naturaleza
humana, sus vicios, su fragilidad, etcétera. Esto mismo ocurre con muchas cosas
que se observan hoy en día, nadie puede hablar de ciertos temas porque no es
correcto. Hablar de sexo o copula no es bien visto, saber que un día hemos de
morir, ni pensarlo, “por qué mejor no te dedicas a vivir y dejas de preguntar
eso”.
Hace tiempo, como unos ocho años
atrás, llegó a mí un ejemplar de La
insoportable levedad del ser, en uno de sus capítulos me daba razón, para
ese entonces, de algo nuevo, me refiero al kitsch,
que, como lo apunta el autor “es la negación absoluta de la mierda; en sentido
literal y figurado: el kitsch elimina de su punto de vista todo lo que en la
existencia humana es esencialmente inaceptable”. [10]
De lo que no hablamos es de lo que
negamos, y es, precisamente, porque nos causa repulsión hacerlo, ya sea porque
nos da muestra de algo que no queremos ver o enterarnos. Nadie se atreve a
pensar en su muerte, porque eso implicaría pensarse como materia orgánica que
puede pudrirse, que el cuerpo, después de morir se verá bañado en sus propios
jugos. No. En eso no se puede pensar, sólo nos quedamos con lo que permanece en
el exterior, nos olvidamos que por dentro estamos compuestos por tripas,
hígado, fluidos, etcétera.
Un caso interesante de Kitsch[11]
se da en los superhéroes o en las actrices guapas de la televisión o revistas.
Nos quedamos con lo que se nos vende, con la envoltura. Lo bello se acabaría si
pensamos en un momento que ese supermán
también tiene que bañarse, limpiarse los dientes, etcétera, o que esa actriz
también tiene que cagar, pues es una función natural de todos los seres
orgánicos, porque si no lo hace se le puede reventar un intestino y tendrían
que hacerle un lavado estomacal.
Pero que ocurre con quien sabe que la
mierda, se hable o no de ella, sigue estando ahí, que sabe es inevitable
libarse de ella –es como no pensar nunca en el oxígeno que respiramos, pero que
por él estamos vivos–, sin lugar a dudas, es visto como un loco, alguien
anormal con alguna enfermedad mental. Saber que uno, cuando muera, ha de ser
devorado por los gusanos, no implica que haya gusto a ello, sino que es saberse
en su condición natural.
Aun puedo recordar el día que una
necroartista, montó una exposición en X museo de la Ciudad de México, todos los
que asistieron miraban con asombro y repulsión lo que estaba frente a ellos, las
miradas de asco corrían de un lado a otro al contemplar cuerpos nunca
reclamados en la morgue puestos en posiciones abyectas como las que nos
describe Bef: “un hombre decapitado posaba desnudo sobre una banca. En la otra,
la cabeza de ese mismo sujeto, la tapa de los sesos arrancada para la autopsia,
había sido rellenada con peras y manzanas para hacer de frutero”.[12]
La exposición se componía de
veinticinco piezas, todas ellas mostrando cuerpos decapitados, troceados,
frascos con fluidos corporales, videograbaciones de necropsias, bandejas llenas
de órganos, tapetes hechos con las sabanas que cubrían dichos cuerpos, y un
gran carrusel de animales.
El que tenga ojos que vea.
IV. Comer la propia asadura del hermano
“Cronos los tragaba a medida que
desde el seno sagrado de su madre le caían en las rodillas”.[13]
El hombre desde siempre convive con
la muerte, sabe que va a morir, pero prefiere no pensar en ello, pues le aflige
y le causa temor. No hay nacimiento como tal, hay una nueva muerte.
Algunos aún se muestran aterrados
pensando que han de dejar de habitar su cuerpo, que, como dice Hobbes, no es
más que simple materia. Otros más empiezan a aceptar su condición finita, y
esto provoca que tengan menor temor a ello. Pero, exista o no aceptación, no
dejamos de pensar que, así como uno puede morir por causas naturales, también
puede morir porque alguien más ha decidido sobre su propia vida: asesinato.
En el segundo caso, a pesar de que
nos mostramos ajenos a la muerte de quien ha sido acabado, no podemos sentirnos
del todo tranquilos, hay algo que nos inquieta, sentimos calosfrío en la piel
cuando vemos en el periódico la imagen de alguien que ha sido decapitado,
desollado, etcétera.
El hombre se come al propio hombre,
ya sea a partir de la ejecución de actos en contra de la vida del otro, o, en
su caso más cotidiano, viendo las fotografías que aparecen en esos diarios
donde se muestra un cuerpo, una masa de carne inerte. Homo homini lupus, dijera Plauto.
Todo queda representado en un óleo de
Klimt: Muerte y vida, donde ambos
elementos se conjugan y nos hablan de su coexistencia mutua, donde unos esperan
sonriendo, otros más con los rostros ocultos, temiendo el efecto de su propia
naturaleza.
Bibliografía
Benn, Gottfried. Morgue y otros poemas¸ Editorial Pequeña Venecia, Berlín, 1912
Fernández Bef, Bernardo. Tiempo de alacranes¸ Booket, México,
2006
Gual, Enrique F. La pintura de “cosas naturales”, SEP, México, 1973
Kundera, Milán. La insoportable levedad del ser¸ Narrativa actual, España, 2002
Hesíodo. Teogonía. El escudo de Heracles¸Porrúa, México, 2004
Márquez Muro, Daniel. Lógica simbólica¸ ECLALSA, México, 1951
Menéndez Samará, Adolfo. Breviario de psicología, Porrúa, México,
1947
Peter Keller, Hans. Antología, Plaza & Janes, Barcelona,
1982
[1] Nota:
En 1857 Justinius Kerner publica en Tubinga su obra Klektopografías, antecedente directo para que Rorscharch creara sus
láminas de tinta. En palabras de Kerner, estas láminas pueden adquirir diversos
significados según el sujeto que las contemple, pueden ser interpretadas tanto
por el hombre como por la mujer, por el culto o el inculto, el niño o el
adulto, el sano o el enfermo; su principal característica es la dar un supuesto de la personalidad. Para
verificar lo expuesto aquí se puede confrontar el Brevario de psicología escrito por el doctor en filosofía Adolfo
Menéndez Samará.
[2] Bernardo Fernández Bef. Tiempo de alacranes, p.75
[3] Un charco de sangre / hasta el borde
/ sol lleno de verano / en la carretera // una mano destrozada / a mano / para
placer / de las moscas // como zumban / de gozo / prestemos atención, ea /
silenciosa / más silenciosa que nunca / la vida / tan soleada. “Naturaleza
muerta” de Hans Peter Keller en Antología.
[4] Daniel Márquez Muro. Lógica simbólica, p. 4
[5] Las comillas pertenecen al título.
[6] Enrique F. Gaul. La pintura de
“cosas naturales”, p. 11
[7] Tiempo
de alacranes, p. 75
[8] Alejandro Almazán. Carta desde Durango
[9] Gottfired Benn. “Requiem” en Morgue y otros poemas, p. 15
[10] Milán Kundera. La insoportable
levedad del ser, p. 275
[11] Esta misma visión se ve más
arraigada en cuanto a la figura de Cristo, no podemos referirnos a él como si
nos refiriéramos a un mortal más, hacerlo equivaldría quitarle su carga divina
y rebajarlo a la nuestra, lo que implicaría verlo como un ser orgánico más que
tenía que cumplir con un ciclo: nacer-crecer-morir. Si lo tomamos así, también
tendríamos que verlo como alguien que tenía que alimentarse y defecar, puesto
que su estructura finita se lo exigiría. A este respecto, prefiero no entrar en
detalles.
[12] Tiempo de alacranes, p. 76
[13] Hesíodo. Teogonía. El escudo de Heracles , p. 12
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