Cuantas veces al igual que ellos, nos llega a
ocurrir algo semejante por diversos factores, siendo nosotros en muchas
ocasiones ―principalmente― los culpables directos al hacer un mal uso del
lenguaje, ocasionando graves problemas al momento de interrelacionarnos con los
demás, ya sea el rompimiento o el surgimiento de una relación involuntaria, el
no obtener nada de lo que deseábamos o bien, haber recibido algo totalmente
opuesto a lo que solicitábamos, y, yéndonos al peor de los casos,
convirtiéndonos en un detonador de discusiones las cuales llegan a desencadenar
peleas e incluso guerras, en donde terceros se ven afectados.
Basta una palabra, un gesto, un silencio, un
acto ―de más o de menos, dicho o
hecho― callado u omitido
impropiamente para que el orden se altere de inmediato en un menos
de un parpadeo. Muchas veces podemos llegar a reparar el daño, otras tantas ya
no.
Estos
malos tragos que pasamos, son gracias al lenguaje, y es aquí donde queremos
detenernos un poco, pues será la “capacidad” de éste (para crear o destruir vinculos), y el empleo que el hombre
hace de él, nuestro objeto de estudio en el presente trabajo. El cual
llevaremos a cabo a través de un análisis en algunos cuentos de Clarice
Lispector, posteriormente haremos una comparación con otros textos de diversos
autores que también hablarán de ello.
Partiendo e
intentando descubrir su origen, los elementos que lo integran, así como la
función que posee cada uno de ellos, el empleo
y la evolución que ha tenido en el transcurso del tiempo. Nos apoyaremos en diferentes posturas,
ciencias, autores y vertientes que aborden al mismo, tales como la filosofía,
la psicología, pedagogía, comunicación,
lingüística, entre muchas otras.
Cabe señalar que nuestro objeto de estudio va
más allá de los textos mismos; ahondaremos sobre él en el cine, teatro,
fotografía, música, baile y en diversos casos de la cotidianeidad, para
poder así visualizar las semejanzas y las diferencias que se presentan en cada
uno de ellos. Nuestra tarea no es nada sencilla, en absoluto, pero sin duda
será sumamente apasionante, empaparnos en el vasto universo y la complejidad
del lenguaje.
Muchas
cosas podrían decirse sobre el lenguaje pero muy pocas definiciones serían acertadas
porque la mayoría cree que lenguaje es aquello proveniente del hombre y para él
hombre, algo exclusivo de sí. Tal vez esta concepción se deba a su singular
sentido de superioridad o bien, a su finitud que le impide tener un cierto grado
de comprensión hacia su entorno, sea cual sea el origen de esta concepción no es
ni propio de él, ni para él.
El
lenguaje es todo aquello que da cuenta de su existencia: los repiques de la
iglesia, el “buenos días” de cada mañana, las miradas cómplices de aquellas
travesuras de chiquillos, el zumbido irritante de las moscas, la cachetada que
le propina el hombre a su mujer, la salida del sol, el movimiento de las olas,
el susurro del viento, el retrato de la abuela, Piano para Elisa, el olor de las galletas, los puntos finales, las comas, las pausas, que
al fin y al cabo no son sino silencios. La interacción entre estos elementos le
da al lenguaje dinamismo, un dinamismo infinito, que entre más vertientes tenga
y más vínculos haya entre ellas, éste irá expandiéndose poco a poco. Esta misma
condición ilimitada nos permite decir que el lenguaje es reautogénico,[1] es
decir, se va creando una y otra vez a sí mismo, jamás podremos ver dónde
comienza o dónde acaba. Al ser reautogénico
se vuelve fractal porque va reproduciéndose constantemente sin
impedimento alguno
“el
lenguaje sobre la línea de la muerte, se refleja: halla en sí como un espejo; y
para detener esa muerte que lo va
deteniendo, sólo tiene un poder: el de alumbrarse en sí mismo su propia imagen dentro
en un juego de lunas que no límites[…]Tal vez la configuración del espejo hasta
el infinito contra la pared negra de la muerte es fundamental para cualquier
lenguaje desde el momento en que ya no acepta pasar sin dejar huella. No es
después de que se ha inventado la escritura
cuando el lenguaje pretende proseguir hasta el infinito, sino porque no quería
morir nunca ha decidido un día tomar cuerpo en signos visibles e indelebles”[2]
De esta
infinidad de proyecciones, nosotros somos una de sus tantas vertientes reflejadas
que pretende imitarlo, igualarlo, e incluso ser él en su totalidad, queriendo hablar sobre su origen, poniéndolo
a la par de nuestra existencia, pero resulta
inútil, porque el lenguaje estuvo, está y estará ahí siempre sin depender de nosotros.
De lo que sí podemos hablar, es cómo a partir de de él, empezamos a ser, mediante la palabra y otros medios, creados por nosotros.
Cuando
el hombre pisó la tierra, ya tenía frente a sí todo un inmenso espacio donde la
vida emergía a su alrededor y en la que, él mismo, por el simple hecho de estar,
ya formaba parte de ella. Profunda admiración sentía, que se maravillaba hasta
de sí. Todo le era extraño y nuevo, pero fascinante. Era el momento de
explorar, descubrir, experimentar, de ser.,
Empezó
a jugar con su cuerpo, con el de los demás. Oía el canto de algún animal, y de
inmediato le daba por imitarlo, igualarlo. Hasta que llegó el momento de irse
conociendo e ir respondiendo a sus necesidades, pero también de luchar, de
luchar contra aquello era ajeno o diferente a él. Mostrándose vulnerable e
“inferior” ante los otros, sus semejantes, pero sobre todo ante la naturaleza, empieza
a crear medios protegerse, para sobrevivir, para divertirse, pero sobre todo para
demostrarse a sí o a los demás quien
mandaba.
Poco
a poco cobra cierta conciencia sobre el fin, no
solo de su existencia sino de los demás, se niega aceptarlo, porque de
una forma u otra, quiere seguir siendo, permanecer, dar cuenta de lo que algún
día fue, entonces recurre al arte. Se
adentra a las cavernas, para dar cuenta de todo lo que le acontece, sus miedos,
sus deseos, sus percepciones, tomando o
mejor dicho creando sus colores, con lo
que le otorga la naturaleza, sean plantas o insectos. Maravillado por los sonidos, de las aves u
otros, empieza a emplearlos, para dar cuenta del peligro, para relacionarse con
los otros, para manifestar su estado de ánimo haciéndolos suyos, acechándolos, cazándolos, apresándolos, no sólo con armas
sino también con sonidos, comienza a capturarlos,
mediante cierto tipo de nominalización que le sirve para distinguir unos de
otros, de clasificarlos de acuerdos a los rasgos percibidos por él.
Al
serle insuficientes los sonidos, comienza a trabajar más con su cuerpo y se da
cuenta, de que es una poderosa herramienta, pues le permite muchas cosas, entre ellas el interactuar con
los demás, sean o no sus semejantes. Nuevamente, no le bastan, entonces recurre
a otros medios, entre ellos, la palabra. Pareciera que gracias a ella, dejara a
un lado su primitivismo para convertirse en alguien civilizado, sin embargo, se
vuelve más brutal.
Pues
comienza a etiquetar, a moverse bajo sistemas, a clasificar, a apropiarse de
los demás, a territorializar, a invadir, a conquistar, a someter, a engañar, a
excluir, sino el uso que hace de ella lo que genera una serie de conflictos
pero al mismo tiempo a mostrar su fragilidad, su límite, su desesperación
porque ni ella misma no le satisface.
Queramos
o no aceptarlo, nosotros somos quienes estamos bajo su dominio, no él del nuestro,
por ello nos vemos en la necesidad de emplearlo, o mejor dicho de serlo, siendo al mismo tiempo, su medio y su fin para continuar con su
biodinamismo manifestando nuestra existencia, liberando nuestras emociones,
ideas, pensamientos, miedos, angustias,
deseos a través de la escritura,
la pintura, la escultura, y otras tantas formas de manifestación
“La preocupación del ser humano ha
estado siempre sometida a un ritmo: del Universo al Yo, del Yo al Universo. El
hombre dirige su atención a su propio mundo interior. Y el gran tema de la
literatura no es ya la aventura del hombre lanzado a la conquista del mundo
externo sino la aventura del hombre que explora los abismos y cuevas de su
propia alma”.[3]
¿Cómo
y dónde surge? Constantemente ha sido una pregunta planteada en varias
ocasiones pero jamás se ha llegado a una respuesta concreta. Se ha recurrido a diversas
teorías sobre todo a las metafísicas o
teológicas las cuales consideran que “Éste ha sido como una construcción tan
perfecta, que solo pude atribuirse a un origen divino, tanto Dios personal,
como en la de un espíritu supraindividual o Geist
de que nos habla Humboldt. En conexión con esta última, se consideró que la
forma originaria del lenguaje era mística o poética.”[4]
Dependiendo
de nuestra ideología o nuestras creencias podemos suponer que el lenguaje fue
creado por un ente divino, (como nosotros queramos llamarle) o bien, que es
algo priori a la existencia misma,
pero jamás fuimos nosotros quien lo engendramos pues somos los padres de las
palabras, no del lenguaje.
Vertientes
del lenguaje
Si bien, nosotros somos los usuarios máximos
de la palabra, no significa que solo recurramos a ella para interrelacionarnos
con los demás, en absoluto. El individuo también emplea otros medios igual e
incluso más efectivos que ésta, entre los cuales destacan: la imagen, el sonido
y el movimiento, componentes inherentes a su condición, dándole diferentes usos
Desde
tiempos inmemoriales, él ya daba cuenta
de su realidad a partir de los colores y las formas, dejando huella de sí
mismo. Otras tantas, recurría a la articulación de sonidos o bien la imitación
de los emitidos por los animales, esto con el fin de alertar a los demás o por
simple diversión, acaso. Lo cierto es que siempre
Comunicación
A
partir de la realidad, el sujeto concibe ideas para elaborar juicios y después los
manifiesta poniéndolos en acción con los demás. Sin embargo, debe partir de un objeto dado para poder hablar de su
condición y a la vez, hablar de lo que no está tangiblemente, como los
sentimientos, los valores, o la muerte, sabemos de su existencia y aunque no
podamos verlos ni tenerlos si podemos hablar sobre ellos e incluso llegar a
definirlos y redefinirlos cuantas veces sea necesario.
Aunque
claro, es importante que haya ciertos elementos para poder lograr una
comunicación por medios de los signos comunicativos que imperan en dicho proceso.
Primero definamos que es el acto de comunicación, es la relación establecida
entre un emisor-objeto-receptor. Donde existe una codificación del mensaje,
para que éste llegue adecuadamente mediante un canal al receptor-descodificador
“las funciones del lenguaje son determinadas por los factores que constituyen
todo hecho discursivo: destinador, mensaje, destinatario, contexto de
referencia, código y contacto. Cada uno de estos seis factores determina una
función diferente del lenguaje.”[5] Por
ejemplo, en la literatura “el acto de la narración establece una relación de
comunicación entre el narrador, el universo diegético construido y el lector, y
entronca directamente con la situación de enunciación del modo de narrar”[6].
Ahora
bien, pasemos a analizar uno de los cuentos de Clarice Lispector
la mujer
más pequeña del mundo es una historia que se desarrolla en alguna región
del África ecuatorial donde hay un curioso e interesante encuentro entre un hombre y una mujer; el hombre es un francés
cuya objetivo es ir a explorar y aventurarse en esa región selvática,
proveniente del bullicio, el ruido, y todos aquellos rasgos característicos de
ese ambiente, al que tantos llaman “civilización”, es alto, fornido, tez
blanca, la mujer, en cambio, muy pequeña, de tez oscura, callada, toda una
pigmeo, cuyo hogar o refugio, mejor dicho son las copas de los arboles más
altos.
Lo
primero que cabe es rescatar, es esta oposición entre esos dos seres que va desde los rasgos externos, color, ojos,
estatura hasta el ambiente y la forma de pensar de ambos, porque a partir de
estos rasgos se da la extrañeza combinada a la novedad. A partir del nombre que
el francés le otorga a la mujer se da un reconocimiento y sentido de posesión,
pues al nombrar una persona o cosa inmediatamente pero también se limita su
condición de ser; gracias al acto de nombrar ambos entran en la necesidad
comunicativa.
En
el encuentro de Marcel y Pequeña Flor, se puede ver la confrontación de dos
mundos: el salvaje/el civilizado, recayendo el primero en la mujer y el segundo,
en el hombre, punto en común con la película Tarzán de Walt Disney, donde los
papeles se invierten. Quizá no por nada, la canción interpretada por Phill
Collins se titule “Dos mundos” haciendo alusión, no solo a esta oposición entre
dos o más lugares sino a la condición dual inherente del ser: bueno/malo,
racional/salvaje.
Sólo
que en muchas ocasiones, el ser humano es incapaz de conocer, reconocer y
aceptar sus dos lados de sí mismo, alcanzando a ver solo uno de ellos. Sin
embargo, su otro lado logra verlo en el Otro, pues que es el otro o lo otro
sino el espejo de uno mismo, pero lo
rechaza rotundamente, cual niño
asustadizo huye de su reflejo, mas no por mucho tiempo, pues necesita de ambos
para sentirse completo.
Por
ello, a veces decide emprender un viaje, sea externo o interno, pues bien sabe que si permanece
dentro de su “propio mundo” jamás logrará un total conocimiento o dominio de sí
y de todo aquello que lo rodea.
Ambos
personajes, Marcel y el Profesor Porter, deciden abandonar la ciudad, para
explorar nuevas tierras, el primero con el fin de conocer, el segundo, además
de querer conocer, pretende estudiar el comportamiento de los gorilas.
Tanto
en el cuento como en la película se da una transgresión al momento de
introducirse al espacio del otro. En Tarzán es más marcada aún desde que
Claitor en su afán de proteger al profesor Porter y a Jane empieza a disparar
hasta cuando instalan el campamento lo cual nos llevaría a dos
interpretaciones: el hombre se llega a adueñar de un espacio que ni es suyo ni le pertenece
imponiéndose mediante el terror o bien, acostumbrado y tan apegado a sus
comodidades, traslada parte de su “espacio” a otro.
Ahora
bien, dentro de la película Tarzán hay varios y diversos encuentro, pero por
ahora solo señalaré los encuentros del personaje femenino Jane, que son los
siguientes: Jane y una cría de chango, Jane y Tarzán y Jane y Kala.
El
primer encuentro se da de una forma muy interesante, Jane como buena dibujante,
lleva una especie de cuaderno en la mano, y de la nada aparece un changuito
travieso comiendo papaya, entonces se apresura a trazarlo, cuando por fin
termina la pequeña cría lo observa atenta, reconociéndose inmediatamente en ese
dibujo, se alegra tanto que se lo arrebata, comenzando así la lucha de
propiedad, la mujer peleando por su cuaderno y la cría por su reflejo,
desencadenando el encuentro con Tarzán. Él viendo a la mujer siendo atacada por
numerosos changos, decide salvarla y una vez que lo hace, la empieza a
olfatear, observándola atentamente desde todos los ángulos, comienza quitándole
los guantes, juega un rato con ellos después repara en las manos de ella y se
da cuenta que son muy semejantes a las de él, logrando reconocerse en ella y
sentirse como ella, es decir, un ser humano de carne y hueso, junta su mano con
la de ella.
Derechos reservados
Derechos reservados
[1] Nota.
La palabra Reatugénico ha sido implementada por los ensayistas para referirse a
la condición del lenguaje.
[2] Foucault,
Michel De lenguaje y literatura Paidós,
Barcelona, p.144
[3] Sábato,
Ernesto el escritor y sus fantasmas
Seix barral, Buenos Aires, 2006 p.32
[4] Op cit, p.9
[5] Pérez Martínez,
Herón “La semiótica rusa: Jakobson” En Pos del signo , Colegio de Michoacán,
México,2000 p.229
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