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domingo, 27 de noviembre de 2011

Una mañana creativa

Harry había salido a la tienda a comprar un cuarto de queso panela, ya se le había hecho costumbre salir siempre por el desayuno; siempre volvía con el queso y algo más. Cuando regresaba sacaba su ruidosa máquina de escribir; no le importaba que Meli estuviera durmiendo. Ella no se quejaba del tecleo constante; después de los dos primeros años con él, sabía que nunca pararía. La verdad es que le importaba poco que Harry fuera escritor. Lo que le había enamorado de él fue su faceta de pintor, pues aunque pocas veces ejercía, cuando lo hacía mostraba una abstracción completa.
–Caramba Harry, aún es muy temprano –dijo Meli con voz dormida–, deberías de venir a dormir.
–No, eso no; tengo que entregar algunos escritos para el diario –volteó a verla, en su rostro se dibujaba una sonrisa–; anda, descansa por los dos.
Harry se levanto de su escritorio, se dirigió hacia donde Meli, se agachó y le dio un beso en la frente; luego fue hacia el ropero, cogió un puñado de hojas blancas de uno de los cajones; nuevamente se sentó en su sitio y comenzó a escribir. Una y otra vez se detenía, pensaba y repensaba la idea hasta que ésta fuera la indicada.
–Harry, dios santo, hoy es miércoles –se destapó la cabeza y estiró los brazos fuera de las cobijas.
–lo sé, ¿qué con eso?
–Pues que aún faltan tres días para que entregues tus cuentitos esos; deberías dejar descansar esa vieja máquina –se levantó; se acomodó el pijama y abrazó a Harry.
–Si no lo hago hoy se me vendrá el trabajo encima –respondió a voz baja; ahora se entretenía mordiéndole la oreja a Meli.
Ella se apartó de él, camino hacía la cocina “ya fuiste por el queso”, sí, respondió rápidamente Harry. Continuó tecleando mientras ella preparaba el desayuno. Una y otra vez tuvo que retirar la hoja de la máquina, pues una y otra vez no le gustaba lo que había escrito. A su lado derecho había una taza vacía, la miró, colocó una hoja limpia y recomenzó. La volvió a retirar, la hizo bolita y la lanzo lejos.
Se levantó, tomó aquella taza y fue directo a la cocina. Meli se encontraba ahí. Cuando ella se fue a vivir con él, no sabía ni preparar una simple sopa, Harry le enseñó todo lo que sabía hasta que ella se sintió segura para al fin dominar ese espacio de la casa. Desde ese momento no permitió que Harry metiera las manos.
–Podrías servirme un poco de chocolate, por favor.
Sí, es raro, pero este escritor no bebía café como regularmente lo hacen los escritores. Tampoco fumaba, y desde que había conocido a Meli no consumía ni gota de cerveza.
–Primero deja lavo la taza –dijo Meli con voz graciosa–, no querrás beber en ella con este polvo.
–Venga entonces, sólo que no te dilates, hay un cuento que me espera.
Meli le sirvió el chocolate, él le besó en la mejilla y se retiró a escribir. Escribir no es una tarea sencilla, porque si así lo fuera todos serían escritores, malos, pero escritores. Dejó la taza a su derecha, tecleó tan rápido como pudo, pues era este un momento de iluminación. Escribió una cuartilla entera y más. La leyó; le gustó. Ahora venía la parte complicada: la corrección. Tendría que hacerla de crítico para sí mismo.
–Está listo el desayuno –gritó Meli desde la cocina–. Ven antes de que se enfríe.
–Ya voy, sólo corrijo rapidísimo esto –se apresuró a contestar.
–Primero ven a desayunar y luego corriges lo que quieras; tu cuento estará allí cuando termines.
–Ya voy –repitió–, espérame.
Meli trabajaba por las tardes; siempre partía a las dos en punto. Su sueldo no era nada despreciable. Harry, por su parte, tenía meses sin un empleo fijo y, comparado con Meli, sus cobros semanales eran una bicoca, pero nunca se hacía de menos. Cuando le llegaba la suerte de escribirle un discurso a algún politiquillo, podía ganar más de lo que Melí en dos meses, cuando ocurría esto nunca se hacía de más.
–Listo –gritó Harry.
–¿Listo? –Respondió Meli– ahora puedes venir.
–Ya voy, ya voy –se apuró a decir–. Pero antes de que desayunemos quiero que me digas que te parece lo que escribí:
Jesús había salido a la tienda a comprar un cuarto de queso panela, ya se le había hecho costumbre salir siempre por el desayuno; siempre volvía con el queso y algo más (…)
A meli le importaba poco que Harry fuera escritor, pero siempre tenía tiempo para escucharlo. Así eran todos los días. Harry amaba a Meli, así era siempre.

José J. González
Cuento escrito el día 23 de noviembre de 2011
Derechos reservados


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