¿Dónde ubicaste los colores estelares?
AQVM había lanzado la pregunta a una entidad desconocida, imperceptible y etérea. La verdad es que ni él mismo tenía consciencia de lo que había preguntado. Sus ojos empezaban a desfigurarse, iban y venían. Su rostro todo se contraía a cada paso que daba para la ascensión de aquella escalera cósmica.
¿Tendré espacio?
Nada había sido tan absurdo como ahora; cada acción se repetía una y otra vez. Se tomaba el cabello con ambas manos y tiraba de él hasta que lograba arrancarse un gran mechón. Y de momento, sin orden aparente, daba inicio a una serie de gritos tremendos. Él, que hasta aquel punto había permanecido observando desde su más etéreo y desconocido espacio fijo sobre su tiempo, se limitaba a contestarle. Sólo permanecía allí, protegiendo aquel borde de locos.
¿Quién unifica intensamente estas rocas ominosas?
Hoy es miércoles –dijo Él–. Todos sabemos que hoy es miércoles, ayer pudo haber sido invierno, sin embargo continuó siendo de noche. La noche es una piedra que se pierde tan pronto como nos hacemos conscientes de su geometría. Hoy es miércoles, un miércoles que avanza a mano armada. Es uno de esos días que llegan y se plantan, crecen, se expanden; surgen con la destrucción de lo que antes eran los martes. Las aves emigran de cabeza porque lo saben… yo lo sé.
Todo empezaba a adquirir no-sentido. AQVM se tumbaba al suelo, se revolcaba, emitía sonidos de animales, se desgarraba la piel al tiempo que gritaba hoy es miércoles, dios, hoy es miércoles. Sobre su cabeza comenzaban a correr ciento once autos, cada uno de colores distintos, cada uno irrepetible e innombrable. Recordó a un par de perros pequeños: uno negro y el otro blanco: ajedrez. El siempre quería jugar a caballo, siempre quería avanzar a su propia contra. De vez en cuando gustaba de observar el paso lento de las tortugas.
AQVM pisó mal un peldaño, cayó, paró cerca de una fractura espacial. Estaba mareado. Él empezó a materializarse en octubre. AQVM sabía que era veintidós de noviembre: el segundo mes. En su mente estaba la música de Lennon. Algunos ruidos de máquinas invisibles le cortaban la voz.
Mira, un camino hueco, Oscar.
AQVM lo dijo a sapiencia de que allí no estaban más que él y Él. Allí, en aquella caja, suspendidos de toda palabra y modelo armable. Las cosas empezaban a adquirir un aire extraño, tremebundo. Quería abrir los ojos y salir corriendo a cualquier sitio fuera de esas escaleras y formas esféricas.
Surgieron peces del suelo, colores, líneas y puntos. Se armaba un universo. AQVM no se daba cuenta que estaba siendo absorbido, que en poco tiempo sus partículas se conformarían en una armonía indecible, no-audible más que para Él.
Dios, hoy es miércoles y siento que llevo aquí toda una vida.
La luz, que hasta ese entonces había permanecido poco luminosa, empezaba a extinguirse. Él seguía allí, en su espacio. Se apagó. Oscuridad. Entre toda aquella penumbra la voz de AQVM seguía:
¿Dónde ubicaste los colores estelares?… ¿Tendré espacio?… ¿Quién unifica intensamente estas rocas ominosas?… Mira, un camino hueco, Oscar… ¿Dónde ubicaste los colores estelares?… ¿Dónde ubicaste los colores estelares?…
Luego fue silencio. El silencio que antecede a la creación.
AQVM había lanzado la pregunta a una entidad desconocida, imperceptible y etérea. La verdad es que ni él mismo tenía consciencia de lo que había preguntado. Sus ojos empezaban a desfigurarse, iban y venían. Su rostro todo se contraía a cada paso que daba para la ascensión de aquella escalera cósmica.
¿Tendré espacio?
Nada había sido tan absurdo como ahora; cada acción se repetía una y otra vez. Se tomaba el cabello con ambas manos y tiraba de él hasta que lograba arrancarse un gran mechón. Y de momento, sin orden aparente, daba inicio a una serie de gritos tremendos. Él, que hasta aquel punto había permanecido observando desde su más etéreo y desconocido espacio fijo sobre su tiempo, se limitaba a contestarle. Sólo permanecía allí, protegiendo aquel borde de locos.
¿Quién unifica intensamente estas rocas ominosas?
Hoy es miércoles –dijo Él–. Todos sabemos que hoy es miércoles, ayer pudo haber sido invierno, sin embargo continuó siendo de noche. La noche es una piedra que se pierde tan pronto como nos hacemos conscientes de su geometría. Hoy es miércoles, un miércoles que avanza a mano armada. Es uno de esos días que llegan y se plantan, crecen, se expanden; surgen con la destrucción de lo que antes eran los martes. Las aves emigran de cabeza porque lo saben… yo lo sé.
Todo empezaba a adquirir no-sentido. AQVM se tumbaba al suelo, se revolcaba, emitía sonidos de animales, se desgarraba la piel al tiempo que gritaba hoy es miércoles, dios, hoy es miércoles. Sobre su cabeza comenzaban a correr ciento once autos, cada uno de colores distintos, cada uno irrepetible e innombrable. Recordó a un par de perros pequeños: uno negro y el otro blanco: ajedrez. El siempre quería jugar a caballo, siempre quería avanzar a su propia contra. De vez en cuando gustaba de observar el paso lento de las tortugas.
AQVM pisó mal un peldaño, cayó, paró cerca de una fractura espacial. Estaba mareado. Él empezó a materializarse en octubre. AQVM sabía que era veintidós de noviembre: el segundo mes. En su mente estaba la música de Lennon. Algunos ruidos de máquinas invisibles le cortaban la voz.
Mira, un camino hueco, Oscar.
AQVM lo dijo a sapiencia de que allí no estaban más que él y Él. Allí, en aquella caja, suspendidos de toda palabra y modelo armable. Las cosas empezaban a adquirir un aire extraño, tremebundo. Quería abrir los ojos y salir corriendo a cualquier sitio fuera de esas escaleras y formas esféricas.
Surgieron peces del suelo, colores, líneas y puntos. Se armaba un universo. AQVM no se daba cuenta que estaba siendo absorbido, que en poco tiempo sus partículas se conformarían en una armonía indecible, no-audible más que para Él.
Dios, hoy es miércoles y siento que llevo aquí toda una vida.
La luz, que hasta ese entonces había permanecido poco luminosa, empezaba a extinguirse. Él seguía allí, en su espacio. Se apagó. Oscuridad. Entre toda aquella penumbra la voz de AQVM seguía:
¿Dónde ubicaste los colores estelares?… ¿Tendré espacio?… ¿Quién unifica intensamente estas rocas ominosas?… Mira, un camino hueco, Oscar… ¿Dónde ubicaste los colores estelares?… ¿Dónde ubicaste los colores estelares?…
Luego fue silencio. El silencio que antecede a la creación.
Cuento escrito el día 17 de noviembre de 2011
José J. González
Derechos reservados.
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