En ocasiones hasta los dioses lloran, porque han perdido la curvatura de las ondas luminosas, o porque el rugido de las fieras y quimeras les han infundido miedo. Entonces quieren correr y quedarse atrapados en el lente de alguna lupa descompuesta para fragmentarse en millones de rocas y polvo espacial. Luego se sienten miserables cuando comparan su natura con la humana. Se comen los dedos y fingen no saber nada de su muerte y futura resurrección
Mientras tanto, yo odio a los fénix y toda ave, sea gallina, paloma o golondrina, porque siempre levantan el vuelo y se re-crean y re-nacen. El hombre que no sabe que hacer con su vida pide la eternidad para averiguar. Una y otra vez se levantan de las cenizas como si nada ocurriese, pero son más miserables, sólo se salva el que se destruye sin esperar a resurgir. Por ello, algunas flores lloran y se mojan las hojas.
Soy muy joven para escribir mis frases celebres, soy muy joven para decir que soy poeta. De vez en cuando la bestia se convierte en objeto, pero no por eso deja de ser lo que nació. Se siente con el corazón en la hoja y empieza a borrarse, simplemente camina para no ser visto. Se esconde. En ocasiones hasta los dioses lloran. Yo sigo escribiendo y también lloro, pero eso no me hace dios, sólo me hace más humano en cuanto a lo que era desde antes.
Aborrezco a los gigantes, aborrezco a Polifemo, a Willi la ballena, a Gulliver, no por un complejo de inferioridad sino porque hay días que despierto sintiéndome King Kong y me siento inservible. Hasta los dioses lloran. Todo surge de las piedras y de algún intento de blancura. Se de antemano que soy un estúpido que mis manos son martillos, que el pan se ha quemado y nos da señales de humo.
Todos somos los pordioseros del cosmos; hago versos libres, muy libres, con una estructura no-estructura que parecen párrafos y no comunico nada. Surge una máquina invisible y todos pertenecemos al nuevo orden de las cosas. Yo pertenezco aunque quisiera dejar de pertenecer.
Mientras tanto, yo odio a los fénix y toda ave, sea gallina, paloma o golondrina, porque siempre levantan el vuelo y se re-crean y re-nacen. El hombre que no sabe que hacer con su vida pide la eternidad para averiguar. Una y otra vez se levantan de las cenizas como si nada ocurriese, pero son más miserables, sólo se salva el que se destruye sin esperar a resurgir. Por ello, algunas flores lloran y se mojan las hojas.
Soy muy joven para escribir mis frases celebres, soy muy joven para decir que soy poeta. De vez en cuando la bestia se convierte en objeto, pero no por eso deja de ser lo que nació. Se siente con el corazón en la hoja y empieza a borrarse, simplemente camina para no ser visto. Se esconde. En ocasiones hasta los dioses lloran. Yo sigo escribiendo y también lloro, pero eso no me hace dios, sólo me hace más humano en cuanto a lo que era desde antes.
Aborrezco a los gigantes, aborrezco a Polifemo, a Willi la ballena, a Gulliver, no por un complejo de inferioridad sino porque hay días que despierto sintiéndome King Kong y me siento inservible. Hasta los dioses lloran. Todo surge de las piedras y de algún intento de blancura. Se de antemano que soy un estúpido que mis manos son martillos, que el pan se ha quemado y nos da señales de humo.
Todos somos los pordioseros del cosmos; hago versos libres, muy libres, con una estructura no-estructura que parecen párrafos y no comunico nada. Surge una máquina invisible y todos pertenecemos al nuevo orden de las cosas. Yo pertenezco aunque quisiera dejar de pertenecer.
José J. González
Poema escrito el día 22 de marzo de 2009
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