Al
frente, como rey, llevan al ángel del Abismo, cuyo nombre en hebreo es Abadón y
en griego Apolión
(Juan;
Apocalipsis 9: 11)
El aliento angélico ha soplado cinco
veces, cinco veces ha puesto sus labios en el frío argento áurico sagrado; la
música que mana del precioso instrumento es el de un prolongado dolor que
antecede a la penumbra de los cielos. Cinco veces se ha dicho el nombre secreto
del Unus. Eio conforma y destruye,
son sus dos principios básicos. El hombre ha nacido y tendrá que morir. Mientras
tanto, Él observará todo desde su gran
ventana con ojo estúpido.
El
hombre no comprende que de esta música arcana se desprende del universo la
estrella bendecida por la mano del Padre, para penetrar en la carne de nuestra
Madre de polvo. El astro maravilloso ha venido viajando desde que la segunda no
sólo fue consonante, sino también creación y hogar abierto. Cuatro luces han anunciado
el quinto resplandor, y éste viene acompañado de las llaves que abrirán las
ropas vírgenes de la Madre; la estrella se adentrará en el abismo eterno recién
violado, calmara su sed y fiebre en las aguas antes dulces. Pocos hombres
contemplarán jubilosos el coito cósmico, pero los otros más, que son muchos,
cantidades de millares, temerán por estar marcados como bestias de corral.
El
número resultante de la cifra divina es nueve, nueve serán los doce mil, doce
mil serán los salvados de cada una de las doce familias. Nueve se esconderán
para salvarse de la ira injusta de quien desconoce la dualidad necesaria. Nos
damos cuenta que el Castigo no entiende la naturaleza del hombre. Sean, pues,
infelices esos nueve. El Padre volverá a devorar a sus hijos, porque nuevamente
tiene miedo de ellos, pero está vez dejará con vida a los débiles, creyendo
encontrar en ellos la fortaleza para un nuevo inicio.
Entonces
una gran humareda se elevará al cielo cubriéndolo todo, devorando del sol sus
rayos. Los ojos de los ancianos se oscurecerán al momento, las viejas gritarán
desde sus delirios; Él, que no comprende nada, escuchará blasfemias, asquerosas
palabras que agusanaran sus mantos glaucos y albúreos. Quien pida perdón será
condenado, le será arrancada la lengua desde raíz. Sólo los débiles pedirán
perdón, creyendo que así la furia alimentada por la incomprensión llegará a su
fin. Cosa que no es cierta, porque no se trata de furia, sino de capricho lo
que actúa en sus manos.
Del
abismo se levantarán grandes langostas multiplicadas en cantidades
inimaginables. Cubrirán el cielo entero con su batir desencadenado de alas. El
Capricho les ordenará que aflijan al hombre como lo harían las plagas de
alacranes. Cinco meses estarán sobre las ovejas marcadas, brindarán de dolor la
carne de aquellos que “han salido” para entrar, de aquellos que han caído para
subir aún más alto.
El
sadismo será tal, que se negará al hombre la propia muerte, la buscará y no la
hallará durante cinco eternos meses, tiempo que sufrirán las implacables
picaduras de las langostas. La carne de los hombres que han abierto los ojos
será prometeica.
Los
valientes se enfrenarán con estas monstruosidades. Tratarán de arrancarles de
la cabeza las coronas que adornan sus cabellos femeninos. Se defenderán, pues
han de demostrar que no son débiles, que no son objetos que se pueden desechar
tan fácilmente. Crearán escudos que sean tan resistentes como aquella coraza
que les cubre los equinos pechos a aquellas langostas. Se buscará cortarles la
cola de alacrán, siendo ésta su principal arma de guerra y tortura.
Ya
dos veces Él ha sido confrontado, la primera en su propio reino, cuando los
eones templaron porque presentían su caída. La segunda, en la tienda de uno de
nuestros primeros padres (Jacob). Sea esta nuestra esperanza de triunfar sobre
los caprichos injustos de quien desconoce la dualidad creadora del hombre. Este
dios que alguna vez idolatramos tiene miedo, lo podremos sentir cuando veamos
desencadenados a los cuatro ángeles del rio Éufrates.
José J. González
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