Mi amada es una ciudad blanca
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sus cabellos son árboles frescos de manzanas,
ciruelos y naranjas.
En ella habitan dos peces
quietos y nostálgicos;
por las tardes
el sol tiende a ocultarse en su frente.
Cerca hay un riachuelo delgado y lento
del que surge la palabra «creación»
consultada por el viento.
De su fina blancura, casi albura,
se levanta una soberbia pequeña montaña,
a veces es fría, a veces es cálida.
Mi amada es una ciudad blanca
que guarda en sus aguas el deseo de la vida.
Mis dedos viajeros conocen la ruta
para llegar a la plaza central
donde habitan panales de abejas
que no paran de zumbar.
Mi amada es una ciudad blanca
de la que surgen dos pequeñas cúpulas religiosas
en un acto de perfección divina.
Cada cúpula le adorna una cruz
que reta todo principio de bondad.
Cada cruz es el centro mismo de mi universo.
Mi amada es una ciudad blanca
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es una ciudad con estepa y fauna
–es un terreno firme y secreto–
es una estepa sin animal fiero,
es una estepa calmada y silenciosa,
una estepa con ombligo quieto.
Existe un lugar en dicha ciudad
donde las flores surgen bellas por ser tierra suaves,
es un lugar cálido y zumbante,
es un lugar de abejas y enjambres.
Éste es un lugar protegido por esplendorosas columnas:
hechura de la arquitectura del mármol geométrico,
envidia de las diosas de vedados nombres,
inspiración de los cantos de natura,
–piernas sublimes que son una hermosura.
Mi amada es una ciudad blanca
que se agita tempestiva y despacio.
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Mi amada es una ciudad blanca
con blancas manos
que me invitan a descubrirla
en cada uno de sus detalles
por calles, avenidas y valles.
José J. González
Derechos Reservados
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