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domingo, 12 de febrero de 2012

Música de algún lugar

a Cat
a su hermosa música

Jacques: Voy a revelaros una gran secreto. Una secular astucia de la humanidad. Adelante es por todas partes.
Milan Kundera: Jacques y su amo


El estruendoso ruido de los camiones lo habían despertado antes de que él pudiera preguntarle su nombre. Siempre ocurría lo mismo; el tiempo y el espacio terminaban perdiéndose en incomprensibles metafísicas. Cuando abrió los ojos, borró de su mente la imagen de aquella mujer. Tenía que prepararse, por la tarde tenía que asistir junto con sus amigos a una reunión típica. Muchas cosas le hacían sentirse no-feliz, tuvo ganas de quedarse tirado en la cama todo el día, apagar el teléfono, cerrar la puerta y no hacer caso de la computadora. Se pasó los dedos por el rostro, pensó en cosas que ni él mismo comprendía enteramente. Alargó la mano hacia el buró, ahí encontró un ejemplar de alguna revista que por primera vez le publicó un cuento, malo por cierto. Sin ánimos la abrió y comenzó a leer.

La vergüenza le invadió cuando terminó su lectura. No podía creer que su prosa en aquel tiempo fuera tan torpe y lenta. Aventó la revista a un lado. Con lentitud se levantó, se sentó en la orilla de su cama. Se dio cuenta que la barba le había crecido de sobremanera. Junta a las tres, se dijo. Nunca se había sentido como ahora, una sensación de soledad le invadía todo el cuerpo, de inmediato trajo a su cerebro la figura de Holden. Él comenzaba a ser como Holden en su nimia y abstracta realidad. Junta a las tres, repitió para sí.

No sentía ganas de ver a Hanna. Desde hace algún tiempo había venido perdiendo el gusto por las cosas, situaciones, objetos e incluso por las personas. Una extraña manera de sentirse miserable le afligía el alma entera. Todo se manifestaba en una pesadez. Pensó en mandar todo al carajo. Todo. Se dio cuenta que en transcurso de aquel viaje que había emprendido desde hacía mucho tiempo, algo se le había perdido, algo que ocupaba un buen lugar dentro de él.

Cerró los ojos. Su mente completa se fragmentó en pequeñas sustancias de recuerdos. Aparecieron formas imprecisas en su universo. Las líneas, curvas y puntos que son propios de la imaginación de los suicidas le llevaron a evocar vidas pasadas. Toda clase de elemento conformador se le mostró en su forma más pura e indescriptible, pronto sintió que dejaba de habitar para estar. Apretó los puños con la fuerza de los condenados a muerte. Mantuvo los ojos cerrados hasta que todo fue albura. Estaba ya en su propio yo.

Junta a las tres. Todo se rompió. De súbito abrió los ojos. La oscuridad de su habitación le provocaba diversos fenómenos visuales. Observo con detenimiento uno de los cuadros que tenía colgado cerca de la puerta. Sí, aunque todo estaba lleno de penumbras, él podía ver con claridad aquel aberrante trabajo surgido de su poca entrenada mano.

Y esa música, se dijo con voz de susurro. Los sonidos suaves, ligeros, casi etéreos entraron en aquel espacio cubriéndolo todo de armonía. No era violín, ni nada parecido al producto de las cuerdas, esto era distinto. Cerró los ojos. Los sonidos se hicieron más fuertes. Su cuerpo experimento las vibraciones desconocidas de mandatos desconocidos.

Se levantó. Trató de buscar el origen de aquella música. Caminó de un lado a otro sin obtener respuesta. Todo ocurría tan rápida y sorpresivamente. Encendió la luz de la habitación. Comenzaba a ponerse feliz, su rostro daba muestras de ello, aunque al mismo tiempo aquellos sonidos provenientes de ningún espacio conocido le colmaban de nostalgia, de una nostalgia surgida por tiempos pasados, ahora ya perdidos.
Sonó el teléfono. Se lamentó no haberlo apagado desde hace rato. Bueno, respondió; la junta es a las tres, dijeron al otro lado. La música había desaparecido. Él confirmó su asistencia. Fue un “Sí, ahí estaré” impulsado por una fuerza extraña.

El tiempo pasó muy rápido. Apenas si tuvo tiempo para llegar a donde los demás. Lo que sus amigos dijeron que era una junta habitual resultó ser acumulación de personas. Le habían mentido, pero no estaba molesto. Cómo podría estarlo si en su mente sólo pensaba en los sonidos que no podía siquiera tararear.

Y todo ocurrió tan deprisa. Conoció a una linda mujer, su parecido con la mujer de sus onirismos era increíble. Sabía que el universo tiene juegos caprichosos y, quizá, éste era uno de ellos. Te estás divirtiendo, le preguntaron. Estaba a punto de salirse para tomar un poco de aire fresco cuando, de la nada, los sonidos comenzaron a surgir. Se paralizó de inmediato. Un calosfrío le recorrió toda la flauta espina dorsal.

Se dio la vuelta. Miró a la mujer que originaba aquellos sonidos etéreos. Poco a poco se fue acercando. Se sintió alegre, nostálgico, pero alegre. El universo le había traído hasta aquí, hasta ella. La vida para él tuvo un reinicio. Pronto se percató que en todo el día no había pensado en la partida que planeaba ejecutar al volver a casa. Aquella música le había rescatado de la caída. Nadie sabía de ello.

Volvió. Ahora tenía una gran deuda que cubrir. El universo, quizá, ya lo tenía preparado todo.

José J. González

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