I
Y cuando me hablaste de tu posible muerte, de aquella muerte terrible y futura, algo dentro de mí se rompió. Fue como una piedra chocando contra un cristal, y entonces el sonido que surge se transforma en un hueco que permanece hasta ahora en lo más profundo de mi ser.
Fue entonces cuando quise que te transformaras en alguna forma eterna, pues así tendrías vida para siempre y no habría necesidad de preocuparse por nada. Sobrevivirías al tiempo y espacio; permanecerías suspendida de todo, incluso de mí. Pero eso me bastaba pues era mejor que perderte y saber que formarías parte de la tierra.
Todo se reducía a eso. Sin embargo, con forme la idea fue adquiriendo concretización, yo ya no quería que fueras cualquier forma; no, ahora sólo quería, deseaba y anhelaba que fueras una crayola morada; sí, morada porque es un buen color. No amarilla, no roja, no verde. Odio el verde. Empezaba a materializarte como esa barrita grasa de color gracioso. Delicada, fina y siempre fresca. Entonces pintaría contigo grandes imágenes de tu color, te pintaría a ti. Pero y si te acababas, de nada habría valido la pena haber pedido que fueras esa crayola.
Tendría que deshacer la idea. Eso me parecía lo más correcto. Pero por qué te cambiaría; ningún otro objeto me parecía el indicado para mis locos fines. Qué chiste tendría que fueras una roca, de que servirías, serías una más entre muchas tantas, y yo no quiero eso; además de que las rocas no adquieren un valor poético son toscas, muy toscas, y tú no eres así. Tendría que seguir pensándote como una crayola, pero una de duración infinita. Así no tendría que preocuparme en que si te acababas o no.
Durante años mantuve esa idea de querer que fueras una crayola, y tanto lo pensaba que gastaba todo mi tiempo en ello, tiempo que en mínimo y pequeñas porciones te lo dedicaba a ti. Ahora en todo esto encuentro arrepentimiento: pensar en que fueras o no. En eso había ocupado ya mi pobre existencia cuando me di cuenta que ya estabas muerta. De alguna forma te encuentras descansando el sueño que los mortales pedimos.
Y nuevamente me encuentro solo. Me contento con el recuerdo de la única persona que entendió y aceptó mi vida de artista y loco. Pero no retengo su imagen humana; no, existe en mí como aquella crayola en la que quise que se transformara.
II
Y me doy cuenta, aquello que permanece en mí no es otra cosa más que la conceptualización de lo que es una crayola infinita; crayola que nunca se gastará, crayola que me permitirá pintar millones y millones de morados bocetos y dibujos.
Y también me percato que ella nunca murió , sino que habitó en mí, en mi mente.
Aquella crayola que quise que fuera una y otra vez me pinta tu imagen, tu voz, tus sabores y aromas.
José "Saiset" González.
Caballero de la Sacra Orden de la Letra Púrpura.
Cuento escrito el día 28 de octubre de 2010.
Derechos reservados.
No hay comentarios:
Publicar un comentario