Las gaviotas se abalanzan suaves
en el estremecido mar de luces,
apaciguan su sed de nacimiento,
en miradas angélicas y trigo santo.
Me voy quedando,
los mares viajan lentos hasta colocarse
en mi estómago
me hago nostalgia de pez
amor de estrella y dios
con alas ligeras de mosco-colibrí;
creo en tu inmortalidad,
estela de alegrías venideras.
Tengo días luciérnagas en la sangre,
ya no hay más huecos,
me he colmado de pan y vino.
Esas manos de azúcar de nombre dulce
acarician el lomo de una bestia
que se ha domesticado en la casa del éter
que ahora me habita porque te habito.
Las gaviotas giran en días como éste,
se duermen a mitad de cielo
bajo el cuidado de tus ojos de diosa
serena.
José J. González
Derechos reservados
16-12-13
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