Vicent Van Gogh. La noche estrellada
Tienes la mirada de las catarinas
en primavera,
como aves marcando el ritmo del
mar y
alas creciendo universos
extrapolados,
trinos y truenos extendiéndose
hasta la luz:
cohabitación de las silabas y los
huesos de las nubes;
tienes en los ojos el algoritmo
secreto de Dios
cuando duerme la noche arrancada
de los días,
clara metáfora del diálogo
divino,
una geometría siempre sintética
en la mañana de los Saturnos
aclarados en tus manos de canela
aromática.
Acércate,
existen tantos nombres para
crearnos,
para hacerte del amor y la vida
la clarividencia
que crece hasta abarcarnos las
manos
entre la suave figura del humo de
las olas y la arena
que tienen el paso del trigo en
octubre.
El Cristo de nuestra jaculatorias
es un centro de mesa,
un jarrón conteniendo las flores
de tus besos,
el amen de tus caricias como
rosarios en mi cuerpo,
tu cuerpo, nuestro cuerpo: máxima
obra mística
incendiando el agua de las
canciones sabatinas.
¿Cómo dejar que los lóbregos y
serenos inicios
dispongan de tus besos,
de la ceremoniosa y plausible
tempestad gestada en tu vientre?
Tienes el nombre de las madrugadas
y el aroma vital del viaje
a mitad de noche, cuando los
caminantes deambulan lunas
manteniendo en su rostro el signo
del sigilo y la nada
Lo secretos... (agua)rdan el
numen del universo y su padre,
como sueño entre la muerte y la
vida,
como pasiva pasión parsimoniosa
haciendo equilibrio en el sol,
siempre marchando lenta y
equilibrando el corazón de tu ciudad;
tienes el carisma de los ángeles
sonriendo al universo,
dejando en suspenso el beso y la
mirada cómplice de la noche
jugando dados.
Tus miradas me saben a primavera
gestada en el arrullo de tus serenos,
bajo la línea plerómica del
espacio y el teorema euclidiano de(la)hora siempre
tienes la soltura del universo en
tu caminar,
discurso mágico de un Agripa o un
Papus enredado en tus cabellos
de virgen gloriosa en el éxtasis
del viaje.
Cierras, entonces, los ojos y
pronuncias mis números,
cada sello y llave
dactilografiada en tu vidas
para soplar sobre mis huesos rotos.
Eres tan suave, reina mía:
loto y copa de nieve en el agua
quieta,
tus manos son la sustancia de los
ángeles incorruptibles,
de las ordenes seráficas y los
tronos;
te he contemplado desde la
distancia antes de ser yo,
antes de la invención del ojo y
su creador;
¿podremos mirarnos esta tarde al
salir el sol?
¿Podré besar con libaciones el
jardín entre tus labios?
Permíteme hacer esta noche en tu
compañía;
enséñame la palabra para adorarte
y reflexionar sobre la Nada.
Quédate, la música es un ave
triste en tu ausencia,
los días son el holograma de un
sueño inconcluso,
una nostalgia de invierno
habitándome segundo a segundo.
Tu mirada es un cielo que crece y
estalla,
un fuego que se desborda en mis
calles,
por cada plaza y centro.
Tu mirada es.
José J. González
Derechos reservados
25 de octubre de 2015